lunes, 11 de septiembre de 2017

Sin glamur


                                                                     

               Un adagio florentino dice: «La vida es para gozarla».
          Existen días grises, arrugados, sucios… Otros de arco-iris, elegantes, nuevos… También los hay planos, sosos, sin calado...
         Hoy es un día normal, sencillito (que no simple). En los días normales es cuando ocurre lo fantástico: me preparo un zumo de olvido y me doy un baño de humildad; me he quedado nueva.
         ―¿Si?… Bajo enseguida.
       Comeré una hamburguesa con patatas en uno de esos sitios de comida basura que huele a refrito, tocaré el cielo con los dedos llenos de pringue vulgar y pisaré alguna cagada de paloma en el parque (trae suerte). Además, me compraré un helado de limón con sabor a fresa y se me llenará de moscas la nariz. Voy a enseñarte mis empastes sin parar de reír. 
       Pintaré un dibujo en el asfalto y saltaré dentro; como Mary Poppins. Haré una foto sin glamur y robaré una frase mediocre; hace días que la vengo acechando. La descubrí en la puerta de un establecimiento de comida rápida, y dice así: “El sabor es el King”.
         Me voy de sabores... La vida es para gozarla, aunque sea sin glamur.
       
        Mercedes Alfaya.

       

                                                              

viernes, 8 de septiembre de 2017

Descalza



         Ayer estuve hablando con una amiga; una de esas personas con las que sientes que todo está bien, que puedes ser tú misma, que te comprende y te acepta, además de que, aunque nos veamos poco, siempre está ahí, con los brazos abiertos. Le comentaba que, a veces, la gente hace cosas que me duelen: algo así como si me reventaran el dedo meñique del pie cuando menos lo espero. Y que, con la vida de ajetreo que llevamos, pues ni siquiera me da tiempo a calibrar el daño. Y me digo: ¡Huy, cómo me ha dolido esto…, ya miraré la herida luego! Y me voy a regar las flores de mi terraza a ver si pasa. Pero no. Y lo peor es que cuando te dan punzadas en el pie, las plantas no se riegan con el mismo ánimo. Me siento en una silla y miro: «¡Joder!, si me han dejado el metatarsiano hecho puré». Me voy al botiquín y me aplico una cura de urgencia. Pero vamos, que me quedo coja para, por lo menos una semana (o más).
         Le digo a mi amiga, que yo no culpo a nadie del daño que me causa, que la única culpable soy yo por andar sin zapatos donde no debo. Y añado: «Mañana mismo me compro unas botas con puntera de hierro». Y ella se ríe de mis ejemplos y me dice que soy muy rica. Y yo la miro y pienso: qué bien, que haya personas con las que se pueda andar descalza sin temor a que te espachurren el pie.

Mercedes Alfaya



martes, 5 de septiembre de 2017

Tareas cotidianas

                                                                  



1.-Revolver en el baúl de las sonrisas para elegir las mejores.
2.-Coser los agujeros por donde se escapa la alegría.
3.- Tirar al pozo la bandeja de promesas caducadas.
4.-Fabricar caminitos de mermelada para las hormigas.
5.-Hacer nudos con las mariposas que no quieren separarse.
6.-Colgar cascabeles en las cortinas del horizonte.
7.-Ventilar los armarios del pasado.
8.-Tender el sol en las ventanas.
9.-Desenredar la madeja de los sueños.
10.-Depilarte los malos pensamientos.
11.-Seguir el rastro de las gotas de lluvia en los cristales.
12.-Desprendernos de las piedras que rompen los bolsillos.
13.-Guardar besos en las cajas de bombones.
14.-Barrer las sombras.
15.- Escurrir la envidia.
16.-Recortar las esquinas de las calles sin salida.
17.-Mirar las nubes desde abajo.
18.-Cepillar las alfombras de la duda.
19.- Limpiar las heridas con salivilla.
20.-Mojar los días nublados en el café.
                         

Mercedes Alfaya

domingo, 3 de septiembre de 2017

Mi isla

                                                                       
                                                               
                                                             Karen Hollingswoth

          Hace tiempo que me retiré a una isla (yo..., no mi cuerpo). Allí me encuentro a salvo de los tormentos de la memoria, de las afiladas esquinas del mundo, de los incontrolables torbellinos del amor. En mi isla, sobrevuelo la copa de los días y me repliego en los amaneceres de espuma. Las plantas crecen para mí y los pájaros nunca dejan de cantar.
       De vez en cuando, regreso a mi cuerpo, le limpio las ventanas y me bebo sus lágrimas. Lo zarandeo, le inyecto coraje en las venas, le desenredo la tristeza y le coloco la sonrisa en su sitio. Y él (mi cuerpo) se me queda mirando, con la vida en los bolsillos, sin saber qué hacer…

      Cualquier día lo envuelvo en un trozo de terciopelo rojo, lo cargo al hombro y me lo traigo a la isla.

Mercedes Alfaya

Los grandes

                                                              



       Leyendo un comentario de Juan José Millás en el que habla de esas entrevistas que hace a gente importante para luego confeccionar su columna en el periódico, me he parado a pensar en lo que él llama «Los grandes» (y que yo defino como: personas que están por encima de toda cocinilla de tasca con carteles luminosos y propaganda insufrible, donde se anuncian exquisitos platos y recetas mágicas que luego se quedan en un par de huevos fritos con la yema floja).

       El caso es que Millás dice (y explica muy bien) que, de vez en cuando, en sus entrevistas, se encuentra con los grandes. Y comenta: «Además, tengo la experiencia de que los personajes realmente grandes jamás te ponen límites. Jamás te dicen: “Esto no lo pongas”, eso te lo dicen los pequeños. Los personajes realmente grandes, una vez que han aceptado que hagas tu trabajo, deciden que ése es tu trabajo y que si te equivocas es tu problema, no el suyo. Dan por supuesto que tú eres tan bueno en tu trabajo como ellos en el suyo».

       Con respecto a esto, tengo que añadir que conozco a muchos personajes grandes. Personas que no ostentan cargos importantes ni salen en la prensa o en las noticias. Son personas de a pie ─normalitas y anónimas─, a las que yo admiro profundamente. Las admiro porque me puedo comunicar con ellas siendo yo misma (con mis fallos y mis aciertos). Personas que jamás se sienten ofendidas si me equivoco ni se escudan en mis errores para creerse perfectos. Si les pido ayuda, me atienden con humildad y nunca se dan otra importancia que la necesaria para su trabajo.
       Yo no escribo tan bien como Millás (qué más quisiera), pero sí que pienso como él. Además, siendo Millás un personaje tan grande o más que aquellos a los que entrevista, me gusta que todavía sea capaz de reflexionar sobre estos detalles, ya que, como dice la frase: «Las mejores aguas siempre discurren de forma subterránea».

     Aprovecho para dar las gracias a todas esas personas GRANDES que, de forma humilde, sencilla, original y mágica me alientan en el camino y me ayudan a volar.

Mercedes Alfaya.





viernes, 1 de septiembre de 2017

Lo que sé de ti...

                                                                          


         No te lo he dicho; pero, en un descuido, bebí de tu copa y ahora conozco todos tus secretos. Sé, por ejemplo, que te gusta esperar a la luna en el balcón, cuando el cielo se acicala de rojo nostalgia y las montañas se destiñen entre borrones de nubes; y que escribes poesía para seducir a las chicas.
      También sé que adoras el cine, saltar en los charcos, merendar en el parque y el helado de turrón. Que lees a Chéjov, y que todo lo sencillo te resulta sorprendente. Además, tienes una marca de almíbar al final de la espalda, y una constelación de pecas en el pecho. Ya ves, con un sorbo de tu copa, todo lo que he descubierto.

      Y ahora pienso: ¿cómo encontraré el camino a casa el día que me emborrache de ti?

      Mercedes Alfaya.

Se acabó el verano



      Ya estoy buscando sitio para arrinconar la colchoneta de la playa, la sombrilla, los manguitos del niño, el cubito y la pala, la tabla de surf, los bikinis, las toallas, el bronceador y las rebajas: no veas la de cosas que me he comprado en las rebajas; y a precio de saldo; no sé si para usarlas o para despejar el stop que acumulan las tiendas, pero ahí están, rellenando mi armario. ¡Ay!, cómo me gusta abrir el armario y verlo atestado de ropa: este modelito me sentará como un guante en cuanto adelgace unos KILOS. Y los piratas a diez euros son una pasada, me traje cinco; cada uno de un color.
         Además, me he comprado un montón de zapatos, vestidos, camisetas, pantalones, sombreros, bolsos (“tiraos”. Los bolsos de telita y lentejuelas están tiraos de precio; y los otros, también). Lo voy a meter todo en la maleta, este año ya no me da tiempo a estrenar nada.

        Se acaban las vacaciones y hay que colocarse las pilas: ¡Uy!, ¿dónde las guardé?...
        Organización. 
      Lo primordial es una bolsa enorme (necesito desprenderme de todo lo que compré el año pasado que no me he puesto, y dejar sitio para todo lo que he comprado este año que no me pondré). Ahora que lo pienso, me hace falta un armario más grande, aquí ya no cabe nada… Apunta, nena: comprar un armario nuevo, a ser posible, de ocho puertas; me apañaría con siete: eso sí, sacrificando algunos vaqueros, las tres chaquetas que pasaron de moda, los ocho vestidos que no me entran, el traje ibicenco (no pienso asistir más a esa fiesta pija de la playa), la maletita salmón (demasiado pequeña para viajar) y los patines (no sé cómo se me ocurrió comprar unos patines si yo no me sostengo ni en las escaleras metálicas).

          En fin, que tengo que activar las pilas y dejarlo todo organizado antes de volver al trabajo. Por cierto, ¿dónde puse el uniforme? ¡Ay! Dios…, ¿a que lo llevé a la tienda solidaria cuando hice la limpieza a principios de agosto?... ¿Y qué hago yo ahora sin el uniforme?... Si es que toda la culpa la tienen las rebajas, el verano y estos puñeteros armarios de juguete donde no cabe nada.

Mercedes Alfaya.

El dios de las pequeñas cosas...

                                                                     





                                                                         


Los cuatro pilares de la existencia:

INOCENCIA.
CLARIDAD
TRANSPARENCIA.
HUMILDAD.

Escritura automática (para ti)


     

                                                     Foto: Mercedes Alfaya   
                                                                                                                                         
         Recibe el don de la Sabiduría entretejido con el don de la Abundancia. En ti, estos dones están entrelazados. No se parecen a ningún otro don que pudieras adquirir en el futuro, porque estos son los que la Providencia ha reservado para ti.
       Nuestra intención es que cada día vayas descubriendo todos los tesoros que se esconden entre los enrejados del Mundo, de manera que, la existencia se te convierta en una aventura.
     Hasta aquí, tu camino está trazado con la luminosidad que te ha sido facilitada. Y, aunque, en algunos tramos te has entretenido más de lo debido, no te ha restado ni un ápice para que sobrevueles presto al siguiente tramo. Tu habilidad y tu inteligencia son dos herramientas muy potentes que has de trabajar a menudo. La habilidad se puede ejercitar con técnicas ancestrales como las que utilizaban los monjes con los iniciados. Busca esa información y aplícala a diario. La inteligencia solo es una consecuencia de la evolución, algo que en unos seres está más desarrollada que en otros. En este sentido, la tuya podría decirse que roza el notable. También se puede superar nota, porque la inteligencia no es otra cosa que saber dejar correr el agua que no has de beber y extraer el néctar de todo aquello que te puede resultar favorable; siempre con el debido respeto a la naturaleza, al prójimo y a ti mismo.

            En cuanto pase la época de estío, notarás que se te pide algo más de tarea en lo que, hasta ahora, vienes desarrollando. Tu labor, en este sentido, es magnífica (y mejorable).

       Con respecto a las dudas que asaltan tu mente, te diremos que no has de preocuparte por nada, ya que todo esto es un estado de conciencia y, como tal, ha de fluir de la manera más ligera y armónica. Confía en el Espíritu Santo, que es el que te asiste en cada momento, y los problemas se disiparán. Tu misión es muy concreta; guiar y acompañar, nada más. De manera que los nudos de los demás deben formar parte de la vida de los demás (y esto incluye a tus familiares más cercanos). Muy distinto sería que ellos pidan tu ayuda de corazón y tú se la ofrezcas, también de corazón. Pero no trates de avanzar mucho más, porque todo necesita un ajuste antes de ser iluminado. Deja que nosotros, los seres de Luz, los grandes Maestros, el Espíritu Santo, la madre Tierra y la Providencia hagamos nuestro trabajo y te pidamos colaboración cuando la necesitemos. El ir por delante no es lo que da ventaja. La ventaja está en saber dónde está colocado el objetivo y esperar a que lleguen los peregrinos.
     Por lo demás, ya sabes que eres eterno, como eterna es la vida. Aventúrate a vivirla y a beberla en toda su inmensidad; es toda tuya.

Mercedes Alfaya.






martes, 29 de agosto de 2017

sábado, 26 de agosto de 2017

The Moment



                                           

The Moment

Dicen que lo que vivimos es una especie de película en la que todo está rodado, censurado y listo. Por lo que solo nos tendríamos que dedicar a observar lo que sucede a nuestro alrededor, sin juzgar ni juzgarnos; y nada más. Claro que si te montas un ratito “jevi” (como se dice ahora), pues igual el trago peliculero se te hace más “lay” (como también se dice ahora). De manera que voy a desconectarme de la matrix (como yo digo) y a enchufarme al saxo (con “a”).

Siento especial  debilidad por esta  melodía de Kenny Gin: The Moment. La conecto y me transporto…, me evado, vuelo… (flight, flight, flight). ¿A dónde? Yo qué sé, igual a esa parte del corazón en la que habitan los recuerdos bonitos, especiales, mágicos… Estaba pensando que todo esto de los recuerdos bonitos, especiales y mágicos los fabricamos nosotros, aunque también están ahí, en el carrete. Porque, a ver, en mi corazón puede anidar la imagen de alguien que representa algo para mí. Conecto la música y ese “alguien”, al mezclarse con los acordes del saxo, se perfecciona, se expande, se vuelve inmenso, acogedor y glorioso; ocupa mi corazón…, mi mente…, mi cuerpo. Me recuesto en el sofá, cierro los ojos y las lágrimas acompañan el momento.

¡Ay! ¡Qué bonito es sentir esto! (me digo).

Agarro el móvil y busco fotos e imágenes de la persona con la que querría fundirme en el éxtasis y la melancolía que he fabricado en mi película de vida. Ahí está… con esa sonrisa de ángel, esa mirada incierta y ese mechón de pelo cayéndole por la frente (por decir algo). Ahora, con su foto y el saxo de fondo, el mundo se ha evaporado… (a solas con mis bonitas lágrimas).
Cuando vuelvo a tomar contacto con la realidad, esta se ha transformado. Así, tras la cristalera del salón, descubro el horizonte, el atardecer de caramelo, el volar de los pájaros y algún que otro arrastre de sillas del vecino de arriba (que también forma parte de mi película).

La melodía está llegando a su fin (lo que indica que ya mismo bajaré de las nubes y volveré a ser mortal). Y, además, el de la foto también dejará de ser perfecto y etéreo, entre otras cosas porque hoy no me ha llamado y porque ya estoy cansada de que me cuente milongas mientras se pasa el día en el gimnasio; esto no se lo aguanto yo ni a mi padre (que es un decir, porque el pobre ya no está en el carrete de mi vida).

Se ha terminado la canción. Abro los ojos humedecidos por la experiencia sublime, mezcla de saxo y miel, y descubro que la casa está desordenada y que hay que regar las plantas, limpiar los baños, fregar la terraza... Suena el portero automático (será la del cuarto B, que siempre llama aquí cuando no le abre la llave, como si en el bloque no hubiera más gente…).  Si es que no se puede vivir y soñar al mismo tiempo. Y de todo esto tiene la culpa quien la tiene, que para cuatro ratos divinos que me monto con el Kenny y el saxo, hay que ver lo desagradecida que es la película.


Posdata: La culpa de todo siempre la tiene uno mismo, por conectar una melodía y pensar que todo se va a volver de chocolate y miel sin que intervengamos en ello de una forma activa. 

Mercedes Alfaya.


jueves, 24 de agosto de 2017

Estoy de limpieza






Quiero tirar al pozo la bandeja de promesas caducadas, las calles sin salida y los mecheros sin gas. Los lápices sin punta, los libros de reclamaciones, las flores de plástico y los tacones.

Quiero tirar al pozo los domingos sin sol, los silencios carcomidos, los botes de laca, los broches sin brillo, las llaves oxidadas y los relojes dormidos.

Mercedes Alfaya.

Cosas que me gustaría hacer contigo

                                             



Dibujar con el dedo en los cristales.
Comprarnos un sombrero y hacernos una foto.
Despedir a los trenes en la estación.
Tumbarnos en la hierba y saludar a las nubes.
Tirar monedas a la fuente y pedir deseos.
Chasquear los dedos y que las cosas ocurran.
Cruzar los pasos de peatones a la pata coja.
Hacer pompas de jabón y correr a explotarlas.
Abrir tu mano y encajar mis dedos.
Escuchar música compartiendo auriculares.
Bailar descalzos.
Pintarnos pecas en la nariz.
Montar en moto. 
Mirarnos de frente. 
Jugar a poner caras en el espejo.
Compartir secretos al oído y palomitas en el cine.
Viajar a un país exótico sin nada de equipaje (ni en los hombros ni en la memoria).
Desabrocharte la camisa y besarte el corazón.


Mercedes Alfaya.