miércoles, 12 de junio de 2019

Viaje a las Pléyades (quinta parte)


Mi amiga, la pleyadiana, ya está en la Tierra.

Parece que se enfundó un cuerpo bastante resultón y cómodo para la experiencia 3D. Y, aunque desconoce el lugar exacto donde aterrizaron, dice que le encantó esa sustancia refrescante y líquida cuya molécula se compone de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno.
Todo esto me lo va contando a través del pleyamobilingüe, conectado a la frecuencia del infinitodecimonónicoestelar, que, a diferencia del móvil terrestre, no necesita “coltan” (el mineral que ha causado más de tres millones de muertes en el Congo debido a las malas condiciones de su extracción).
Dice, además, que le ha sorprendido no encontrar en la Tierra centrales de Serotonina, imprescindible para mejorar los procesos conductuales y neuro-psicológicos en humanos (como añade la información que maneja en su micro chips implantado para el viaje), aunque sí que conocen y utilizan la Shungitha (o piedra inteligente). Y que, incluso, ha visto que algunos humanos purifican su agua con este mineral procedente del espacio. (¡Qué bien! Ya veo que mis paisanos van descubriendo poco a poco algunos secretos beneficiosos para ellos, hasta ahora ocultos por los que controlan y manejan los hilos del planeta).


      Aquí, el bote de 2 litros de agua macerando con los 200 gr. de Shungitha en bruto.

Me pasó la imagen un pleyadiano especializado en «biología celular» que, de vez en cuando, viaja a la tierra, se enrolla con alguna sesentona de buen ver y pasa largas temporadas en su casa hasta que consiga el doctorado Shungi-Galáctico (vaya suerte para la terrícola elegida, porque la limpieza de metales pesados en células con este agua las practica con ella: medio vasito por la mañana..., medio vasito por la noche...; un besito aquí..., otro allí...; shungitha va…, shungitha viene…). 

Ya por la tarde, mi amiga quedó para merendar con el sol (que es un portal energético con entrada en redondel oscuro y salida luminosa) y darle las gracias por permitir la vida en la Tierra. Para ello, cambió de cuerpo y eligió un look de lo más acorde a la velada.



           La merendilla estuvo de lujo, porque dice que con el sol se puede hablar de todo: charlaron de los toroides, que son manifestaciones de la consciencia, además de que cada toroide es una línea temporal. También conversaron acerca de los maestros, tanto ascendidos como de la tierra, jerarquías de poder que no necesita el ser humano, porque, en estos momentos, él ya Es todo lo que necesita Ser.

           —Bueno, si todavía encuentras a alguien perdido, le puedes recomendar un guía, pero, vamos: “Cuando el alumno está preparado, desaparece el maestro” —dijo el sol antes de ocultarse tras la montaña.
Me contó mi amiga, la que partió de las Pléyades en viaje de incógnito al planeta, que vislumbró algunos asteroides y meteoros donde se esconden naves extraterrestres para surcar el firmamento sin ser vistas. Y que uno de los miembros de la Confederación Intergaláctica de los Mundos Libres, en pleno descenso, impartió allí mismo una clase magistral acerca del llamado “vacile” terrestre; muy extendido entre los que todavía piensan en el arcaico y equivocado binomio: «Felicidad=Acumular». Y aquí lo tenemos, en plena experiencia religiosa. 


A media noche, hora terrícola, mi amiga, que ahora habita en densidades de lenta vibración (espacio tiempo incluidos), dijo que, en la Tierra, lo que lleva peor es que todo pesa mucho, que hay que andar por el suelo todo el rato y que no soporta el calzado de ningún tipo. Que lanza las zapatillas al aire, pero que vuelven a caer. Y claro, se las coloca de nuevo para no dejarlas allí tiradas, que le da pena.


 Con la pena, esta no avanza. Y eso que lleva una lista de sentimientos humanos que debe evitar a toda costa para no quedar atrapada en las redes de los programas implantados, entre ellos: la pena. Pero también, el miedo, la hostilidad, la ira o los celos. De todo esto tendré que hablar con ella, porque en la Tierra resulta fácil caer en esa especie de arenas movedizas, donde, luego, a ver quién recoge sus lágrimas y las devuelve a los ojos.
Además, como es su primer aterrizaje en el «planeta-escuela», no he querido meterle más y ponerla en guardia acerca de las “trampas” que debe evitar, sobre todo las del ego.
De manera que volvió a cambiar de look para asearse un poco, desconectó consciencia y dejó el cuerpo aparcado hasta el día siguiente. 
¡Que descanses, bonita! Te queda faena…


Mercedes Alfaya.