The Moment
Dicen que lo que vivimos es una especie de película en la
que todo está rodado, censurado y listo. Por lo que solo nos tendríamos que dedicar
a observar lo que sucede a nuestro alrededor, sin juzgar ni juzgarnos; y nada
más. Claro que si te montas un ratito “jevi” (como se dice ahora), pues igual
el trago peliculero se te hace más “lay” (como también se dice ahora). De
manera que voy a desconectarme de la matrix (como yo digo) y a enchufarme al
saxo (con “a”).
Siento especial debilidad por esta melodía de
Kenny Gin: The Moment. La conecto y me transporto…, me evado,
vuelo… (flight, flight, flight). ¿A dónde? Yo qué sé, igual a esa parte
del corazón en la que habitan los recuerdos bonitos, especiales, mágicos…
Estaba pensando que todo esto de los recuerdos bonitos, especiales y mágicos
los fabricamos nosotros, aunque también están ahí, en el carrete. Porque, a
ver, en mi corazón puede anidar la imagen de alguien que representa algo para
mí. Conecto la música y ese “alguien”, al mezclarse con los acordes del saxo,
se perfecciona, se expande, se vuelve inmenso, acogedor y glorioso; ocupa mi
corazón…, mi mente…, mi cuerpo. Me recuesto en el sofá, cierro los ojos y las
lágrimas acompañan el momento.
¡Ay! ¡Qué bonito es sentir esto! (me digo).
Agarro el móvil y busco fotos e imágenes de la persona con
la que querría fundirme en el éxtasis y la melancolía que he fabricado en mi
película de vida. Ahí está… con esa sonrisa de ángel, esa mirada incierta y ese
mechón de pelo cayéndole por la frente (por decir algo). Ahora, con su foto y
el saxo de fondo, el mundo se ha evaporado… (a solas con mis bonitas lágrimas).
Cuando vuelvo a tomar contacto con la realidad, esta se ha
transformado. Así, tras la cristalera del salón, descubro el horizonte, el
atardecer de caramelo, el volar de los pájaros y algún que otro arrastre de
sillas del vecino de arriba (que también forma parte de mi película).
La melodía está llegando a su fin (lo que indica que ya
mismo bajaré de las nubes y volveré a ser mortal). Y, además, el de la foto
también dejará de ser perfecto y etéreo, entre otras cosas porque hoy no me ha
llamado y porque ya estoy cansada de que me cuente milongas mientras se pasa el
día en el gimnasio; esto no se lo aguanto yo ni a mi padre (que es un decir,
porque el pobre ya no está en el carrete de mi vida).
Se ha terminado la canción. Abro los ojos humedecidos por la
experiencia sublime, mezcla de saxo y miel, y descubro que la casa está
desordenada y que hay que regar las plantas, limpiar los baños, fregar la
terraza... Suena el portero automático (será la del cuarto B, que siempre llama
aquí cuando no le abre la llave, como si en el bloque no hubiera más gente…).
Si es que no se puede vivir y soñar al mismo tiempo. Y de todo esto tiene
la culpa quien la tiene, que para cuatro ratos divinos que me monto con el
Kenny y el saxo, hay que ver lo desagradecida que es la película.
Posdata: La culpa de todo siempre la tiene uno mismo, por conectar
una melodía y pensar que todo se va a volver de chocolate y miel sin que
intervengamos en ello de una forma activa.
Mercedes Alfaya.
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