Hola, quería contaros algo. Intentaré ser breve, aunque no sé si lo conseguiré.
Ayer viví un momento especial. Bueno, mucho más que especial. Lo que ocurrió será mejor que lo cuente desde el plano terrestre, porque si lo hago desde donde yo lo sentí, igual me encierran por no cumplir con los cánones establecidos en lo cotidiano o por transgredir la forma en la se supone que ocurren las cosas en la densidad. Verán ustedes. Ayer, como casi todos los días, salí a caminar por el pueblo: hay que cuidar la salud. Cuando estaba a punto de llegar a casa (que serían las siete de la tarde) me acordé de los caramelos Malvavisco, que me encantan. Me di la vuelta hacia calle Alcalde Antonio García (junto a calle Las Flores) donde está la herboristería de Mari Pepa, que se llama «La Naturaleza». Nos saludamos, compré los caramelos y nos pusimos a charlar.
En fin, a lo que voy, que me enrollo como las
alfombras en verano.
Resulta que mientras
hablaba con Mari Pepa de lo humano y lo divino, entra en la tienda una persona,
un hombre. Saluda. Saludo. Y dice: «Te conozco. Tú eres Mercedes Alfaya». ¡Eh! ¡Ah,
sí! Ya sé quién eres. Me alegré de verlo y de que se acordara de mí. Mari Pepa
añade: «Es que a ti te conoce mucha gente aquí». «Eso es lo que tú dices!»,
contesté sonriente. Y ocurre que entra una mujer. Mari Pepa la atiende y veo
que esa mujer se me queda mirando mientras sigo en conversación con la otra persona,
con el hombre. Por cortesía me dirijo a ella y digo: «Perdona que te hable
también a ti, ya que con tu mirada te has unido a la conversación». Y dice la
mujer: «Es que yo te conozco. Tú eres Mercedes». ¡Ay! Madre. Ja, ja. Mari Pepa
y yo nos moríamos de la risa. «¿No decías que no había tanta gente que te conociera?…».
A partir de ahí, algo mágico ocurrió
entre nosotros dentro de la herboristería de Mari Pepa. Allí se formó una
especie de burbuja que nos aisló del exterior y nos sumergió en una
conversación en la que no contaba ni el tiempo ni el espacio, y en la que lo
cotidiano y lo divino pasaron a un segundo plano, porque estábamos muy por
encima de todo eso.
Conversando nos dimos
cuenta de que conectábamos y
sintonizábamos entre nosotros de una manera sorprendente. Escuchábamos al otro
como si fuéramos nosotros mismos. Lo que le ocurría nos llevaba a recordar algo que también nos había ocurrido a nosotros. Hablábamos y, a la vez, tomábamos consciencia de que era a nosotros mismos a quien le hablábamos. Resolvimos
cuestiones y otras tantas a las que, hasta ese momento, ni siquiera le habíamos
prestado atención en nuestra vida. Escenas, señales,
matices que, a no ser porque aparecían ahora en
nosotros o en el otro, nos habrían pasado desapercibidos.
Incluso, en
nuestra memoria, surgían historias acontecidas con familiares y amigos haciéndonos
caer en la cuenta de lo mucho que aportaron a nuestra vida desde lo negativo de
su actitud. Nos dimos cuenta del gran trabajo con el que nos tocaba lidiar y
del que no hubiéramos sido conscientes si no fuera por la presencia de estas
personas, a las que, de manera ignorante, culpábamos de nuestro sufrimiento o
malestar; cuando tendríamos que haberlas considerado verdaderos maestros para
nuestro aprendizaje. Afloraron en
nosotros escenas de vida incomprensibles en las que nos vimos abocados sin
razón y que, ahora, en ese instante, comprendíamos el porqué estuvieron ahí. En ese momento, el
otro era yo, yo era el otro, su historia era mi historia, y la mía suya. Todos
éramos nosotros y ellos al mismo tiempo. ¡Increíble experiencia!
Ajena a nuestra especie de burbuja
de tiempo, tras los cristales, la tarde se desvanecía sin que nosotros tuviéramos
consciencia de nada que no fuera ese pequeño espacio que habíamos creado juntos
y en el que nos movíamos ingrávidos, casi flotando. Llegamos a la conclusión de que algo muy
fuerte nos había reunido esa tarde en la herboristería de Mari Pepa como una
señal de que no estamos solos, de que el otro también soy yo, con los mismos
miedos, las mismas heridas, las mismas incertidumbres y certezas…, y de que
somos capaces de algo tan potente como pararlo todo en un instante y que
aparezca lo que necesitamos: como la presencia de otras personas en sintonía
con nosotros y un espacio genuino y especial (como la herboristería de Mari
Pepa) donde establecer la comunicación que nos llevará a nuestro interior, que
es el sitio donde se encuentra la salida al atasco.
Y fue que, entre
todos, relatamos experiencias sorprendentes y curiosas que nos habían ocurrido
y que prometí recoger en a libro (mi nuevo proyecto), junto con todos los
testimonios de experiencias sorprendentes y curiosas que (a partir de hoy) la gente me quiera contar.
Añadir solo la parte
más surrealista y mágica de todo esto. Lo explico así: Mientras nosotros
seguíamos con nuestra charla, ajenos a lo que ocurría tras los cristales de la
tienda, la tarde se fue desperezando. Cerraron la panadería de enfrente, el bar
de la esquina y la lotería. Disminuyó el fluir de los coches y de los transeúntes
con prisas. La calle se volvía solitaria, silenciosa. Sin embargo, una luz se mantenía
encendida por encima de todo eso: la luz de la herboristería de Mari Pepa con
nosotros dentro.
Cuando nos dimos cuenta, el reloj marcaba más
de las doce de la noche. ¿Y qué?
Salimos para que
Mari Pepa pudiera cerrar la tienda y lo único despierto en aquel momento eran
las cándidas farolas de la calle. Nos abrigamos, aunque no nos fuimos.
Continuábamos la conversación delante de la persiana adormecida de la tienda. No
sé si fue verdad o imaginación, pero juraría que vi cómo bostezaba la papelera
de la esquina. Seguimos conversando (bajito) como si algo mucho más fuerte que
nosotros nos hubiera unido en aquel espejismo donde cada uno era el otro y
todos al mismo tiempo.
Llegó la despedida.
No hubo testigos (ya
no quedaba nadie en las calles), prometimos trabajar en todo lo que habíamos
aprendido. Mari Pepa me alargó a casa en su coche y yo le dije que su
herboristería era mágica y que toda persona que atravesara sus puertas en
adelante recibiría el regalo de sentirse especial. Que así sea.
Cuando entré en casa
el reloj marcaba la una de la madrugada. ¿Y qué?
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