Decía el psiquiatra y padre de la psicología
moderna, Carl Jung que la «sincronicidad» era uno de los aspectos más
enigmáticos y sorprendentes de nuestro universo. Doy fe. Tendría para escribir
un libro con todas las “casualidades” (entre comillas, porque no lo son) que me
han ocurrido. Las tengo anotadas y alguna vez las he compartido con alguien.
Ya
sé que tengo mucha imaginación, de pequeña me llamaban: “Antoñita la
Fantástica” (también encontré ese libro), pero es que, ciertas cosas de estas
que me pasaron, no se me habrían ocurrido por muy fantástica que yo sea
imaginando. Te lo digo en serio.
El
caso es que, buscando algún video de los que me gustan sobre el despertar de
conciencia en youtube, me aparece un tal Eduardo Zancolli hablando de las
coincidencias. Me paro a escucharlo y me parece que a ese médico le ocurre lo
que a mí, que cada dos por tres aparecen estas casualidades o coincidencias
extrañas en su vida. ¡Qué interesante!, me digo. Y en un momento, va y habla de
su libro: “El misterio de las coincidencias”, corro a buscar papel y lápiz; lo
anoto.
Escucha
bien lo que te voy a contar ahora, que no tiene desperdicio:
El
tipo y su libro me interesan. Me pongo al habla con mi librera favorita, a la
que consulto cuando quiero algún ejemplar en papel, y me dice que no lo tiene;
es más, el libro está descatalogado, me advierte. No me doy por vencida y me
pongo a buscar en más librerías. Nada. No me queda otra que buscarlo en PDF,
que sí lo había. En fin, que voy a lo que voy, que ese libro me interesa mogollón,
que lo quiero, que lo quiero en papel, que no lo hay, pero tiene que haberlo
porque yo lo quiero, que lo quiero y si algo lo deseas de corazón (y tiene que
ser para ti), es que va a aparecer, seguro; esto lo comprobé con un frasquito
de colonia del Lidl. Anoté el nombre y cuando llegue a la tienda, todos los
frasquitos de colonia alineados en su estante y, entre medias, el hueco vacío
con el nombre del que yo quería. Me concentré, confié y metí la mano por el
hueco hasta el final, la desvié hacia la izquierda y tomé el último frasco de
la colonia que se ofrecía allí y que no era la que yo quería, pero lo hice. Como
digo, metí la mano hasta el final, agarré el último frasco y dije: esta tiene
que ser la que busco. La extraje y, «voy
lá». Allí estaba la colonia, la mía, la que yo quería. ¿Quién la puso allí,
al final de una hilera de colonias con otros nombres? ¿Cómo supe yo que estaba
allí, al final de una hilera de colonias con otros nombres? Ni idea. Pero lo
sentí y confié en mi intuición. También confié en el Universo, yo quería esa
colonia y allí estaba.
Bueno,
que me enrollo como las alfombras en verano.
Que
yo quería el libro del doctor Zancolli en papel y el libro en papel vino a mí
(a pesar de que estaba descatalogado). ¿Cómo? Mis hijos se encargaron de
buscarlo. De segunda mano, pero nuevo, nuevecito. Me llegó a casa en un paquete
sorpresa. ¡Ay! Qué bueno. Y ahora viene lo mejor. ¿Casualidad?... (Me encojo de
hombros como hace la mayoría, aunque yo sé que no es casualidad).
Y
aquí está la prueba: Te la dejo en la imagen y me anoto el hecho para incluirlo
en el libro que quiero escribir con los secretos de la casualidad… jeje.
Gracias,
señor Zancolli, por esta dedicatoria “casual”.
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