¡Buenísimo!
Lo cuento porque representa la diferencia entre irritarse, pasar un mal rato,
discutir con el tipo del banco o sacar las palomitas (ficticias) y disfrutar de
la obra, como en el teatro. Opté por lo
segundo.
─Pase,
tiene hora con uno de nuestros gestores.
No
sé para qué necesité entrar en un despacho a retirar mi tarjeta de crédito
nueva (tuve que anular la otra por un percance). El caso es que, de entrada, el
tipo ni se dignó ofrecerme asiento. Yo solita me senté por mi cuenta. Me
preguntó cuál era el motivo de mi visita y cuando le explicaba que solo quería
retirar mi tarjeta nueva, entró una empleada, sin llamar ni nada y me
interrumpió del tirón. Me quedé así, con la boca abierta, cara de acelga escurrida
y las palabras colgando del borde de la lengua. Le comentó al hombre algo de un
seguro y se fue. ¡¡Alucino, vecino!! Ni clientes ni educación ni pepinillos en
vinagre. A lo suyo. Traté de retomar el tema, pero el hombre ya ni me escuchó.
Se levantó y salió del despacho sin más explicaciones. Y me volví a quedar con
el labio colgando y con cara de “Beta vulgaris” que es el nombre científico de
las acelgas. Aproveché para soltar una carcajada y echarme palomitas a la boca;
esta obra promete, me dije.
El hombre volvió con mi tarjeta, que
ya la podría yo haber recogido en el mostrador, pero, claro, me habría perdido
la comedia. ¡Qué va! ¡Qué va! Si es que no tenía desperdicio.
Le
indiqué que me revisara, por favor, las comisiones que me cobraban, demasiado
altas. El tipo se encrespó y dijo que,
si no me parecía bien, que me cambiara de banco. Solté otra carcajada. Le dije
que eso era muy bueno, que ni se me había ocurrido. Traté de explicarle que… No
me dejó hablar. Era evidente que habitábamos ondas distintas, aunque no me
importaba en absoluto. Así, del tirón, me entregó 65 folios (de papel
reciclado, eso sí) y un bolígrafo con el nombre del banco para que firmara que estaba
de acuerdo en todo y también que me entregaba mi tarjeta nueva. Ahí es cuando
ya me destornillé de la risa.
─Perdone,
¿usted quiere que firme esto sin leerlo?
─Si
quiere, lo puede leer antes, pero, vamos, no es nada nuevo.
─¡Ay,
madre! Surrealista y divertido ─dije sin parar de reír─. No se preocupe, me
tomaré unos días libres esta semana con la exclusividad de leerme las 65
páginas que me entrega. Si veo que algo no me queda claro, ya pido cita otra
vez con usted y me lo aclara, total, como también tengo que venir a poner la
hoja de reclamaciones (y saqué la mano abierta libre de guante para despedirme).
Y
es que, a poco que uno tome asiento en “el patio”, se lo pasa bomba, porque todo
está de circo. Desde luego, tramitaré el cambio de banco, aunque, si quieren
que me quede, será con una condición: que el tipo este me haga MÁS la pelota,
al estilo “Pretty Woman”, pero vestido de Aladín. ¿Mosquearme yo? ¡Qué va!
Ocuparme, en vez de preocuparme. Y pasarlo bien. Por cierto, vaya pulserita chula la del tipo
del banco, cuero trenzado con broche de acero (Viceroy) y en la muñeca derecha,
la de manejar el ratón, que se vea bien. ¡Me encantó!
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