Ahora son las Pléyades las que nos guían. Las enanas marrones van delante, las blancas se entretienen contemplándose en los escaparates de la ciudad: "Tengo que ir a la peluquería, este rizo no se sostiene como debiera". Hay humanos por todas partes, algunos necesitan pilas nuevas y no lo saben.
Entramos en un restaurante vacío. El camarero deja caer la bandeja mientras descuelga el labio inferior; un gesto muy terrícola que viene a decir: "Eh, ¿qué es esto?". Ocupamos la parte del fondo, junto a la cristalera. La mañana es poliédrica, la tarde no sabemos: siempre llega tarde.
El cúmulo tiene unos 12 años luz de diámetro y contiene un total aproximado de 500 estrellas: no cabemos todos. El camarero, ya recuperado de su aparente estupidez, nos indica que va a juntar las mesas. Las arrastra y el sonido contamina el ambiente; los humanos son así de primitivos. Unos restregones con el trapo y la madera nos deslumbra.
Nos distribuimos por orden de magnitud de brillo: Alcyone 2´87, Atlas 3´63, Electra 3´7, Maia 3´87, Merope 4´18, Taygete 4´3, Pleione 5´09, Celaeno 5´46, Tau 18 5´64, Asteropel 5´76, AsteropeII 6´43
¡Ahora sí!
-¿Qué van a tomar?
-El mando. -
-¿Qué mando?
-El que nos corresponde.
El hombre nos regala una sonrisa ingenua. Sus dientes amarillos hacen juego con su corbata marrón. Electra nos guiña un ojo: los humanos no entienden de qué va esto. Mejor seguir el juego:
-Ponga unas cervezas.
Merope al mando: ¿Estamos todos?... No. Pues da lo mismo, a estas alturas yo no espero a nadie. ¡Volvemos a casa!
(Y allí, en un rincón del bar, se quedan las mesas, las botellas de cerveza y un polvillo blanco suspendido en el aire. "¡Se fueron sin pagar!", piensa el camarero, mientras se rasca la nuca sin entender que todo es un juego).
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