(Informe de
la Pleyadiana que se encuentra en la Tierra)
Hola. Llevo todo el verano instalada en este planeta de
experimentación, y parece que debo regresar.
La verdad es que podría haber elegido otro lugar con temperaturas
más gélidas, porque aquí, en el sur de España, el astro Rey pega de lo lindo,
incluso, sudo y hasta sueño el doble.
En fin, no voy a utilizar esa parte humana tan socorrida como es
hablar del tiempo cuando no tienes nada que decir: «¡Vaya sofocos!». «Ha dicho la
tele que mañana bajan las temperaturas». «A ver si es verdad, porque llevamos
unos diitas…, bla, bla bla…, bla, bla, bla…».
A lo que vamos…
Qué curiosos son los terrícolas. Se instalan en su personaje, ese
al que desde su nacimiento le fueron añadiendo programas, tipo: para ser alguien
hay que estudiar; la vida no es un camino de rosas; tienes que cumplir con los
valores de la familia; busca tu media naranja; hay que casarse, tener hijos …)
y ni siquiera ven que esos no son ellos, sino lo que hicieron de ellos. Porque,
a ver…, Magdalena, si tú hubieras nacido en Alaska (por decir algo) ¿serías la
misma persona que eres ahora? ¿Pensarías como piensas ahora? ¿Actuarías como
actúas ahora?...
(Magdalena se coloca el
dedo de pensar en la boca).
Pues, entonces, esa no eres tú. Eres la persona que han hecho de
ti. Si eliminas todos esos programas, llegas a la esencia, una tú que
sería la misma aquí que en la Conchinchina (que está al sur de Camboya). Así
que, Magdalena, cuando te mosquees, te alteres o te rayes, pregúntate si la que
se mosquea, se altera o se raya eres tú o es el personaje de Magdalena con toda
esa carga emocional y sintética que lleva a la espalda.
(«Estoy más perdida que un cangrejo en un cubo»—pensará
Magdalena).
V-iu… V-iu… V-iu… Que la pleyadiana deje de parlotear y se prepare
para la ascensión (por los altavoces galácticos).
—¡Un momento! Solicito al comandante galáctico que tenga en cuenta
mi petición de residir en la Tierra otro periodo de tiempo lineal, con la
intención de probar el rescate de algunas almas más antes del impacto.
—Su petición ha sido proyectada a nivel cuántico, con lo que, la
respuesta es inmediata. Aquí le paso al jefe:
—Estimada colega pleyadiana: Para que usted pueda participar en la
recuperación de las almas desconectadas de la Fuente cuando la Tierra fue
invadida por entidades maléficas —esas que, ahora, controlan el poder a todos
los niveles—, resulta imprescindible haberse graduado en «Razas con grados de
consciencia bajos y egos demasiado altos». ¿Posee usted esta acreditación?
—Desde luego, señor, la tengo.
—Bien, prosigo. Ya sabe que la raza humana adoptó el sufrimiento
como forma de vida, cuando el camino hacia la felicidad lo tenían —y lo tienen—bastante
claro; y tan sencillo, que no lo ven.
—Así es, jefe.
—¿Cómo haría usted para dar solución a esto?
—Pues, trabajaría con ellos la Aceptabilidad, haciéndoles
comprender que aceptar no tiene nada que ver con resignarse,
porque la aceptación requiere de algo previo como es la comprensión del por
qué y el para qué de todo lo que ocurre en sus vidas. Como dijo el
ilustre personaje Dalai Lama: «Nada te hace perder más energía que el resistir
y pelear contra una situación que no puedes cambiar».
—Y ¿cómo piensa usted que una raza a la que durmieron, anularon
sus capacidades y desconectaron de la Luz comprenda que resulta inútil oponerse
al plan divino, y que, esta oposición lo único que consigue es agitar el
sufrimiento?
—Conseguiré que lo comprendan con paciencia, Amor y compasión,
señor.
—¿Qué es para usted la compasión?, porque no tiene nada que ver
con la lástima.
—Desde luego que no, señor. La compasión es el respeto a lo que
cada ser humano decide atraer y mantener en su vida mientras llega la
iluminación.
—¿Y el Amor? ¿Cómo explicaría usted el Amor, con mayúscula, a esos
terrícolas que se alimentan del posesivo más dañino del Cosmos: Mi casa,
mi mujer, mis hijos, mi coche…
—Les haría comprender que el Amor es algo que necesitan expresar
cuando hay dificultades, porque cuando no las hay, lo que expresan es una
ligera armonía. Y que el Amor es precisamente lo que se necesita para aceptar
aquello que no es fácil para mí, para manejar situaciones complicadas y para
aceptar los errores ajenos y los propios.
Silencio…, silencio…, silencio…
—¿Quedó claro, señor?...
—¡Como las partes del huevo que no amarillean! Pleyadiana Alcione,
le doy permiso para que se quede en la Tierra el tiempo que necesite en calidad
de ayuda al rescate de todas aquellas almas que pueda sacar del fango antes de
que Nivirus, el gemelo del sol, desintegre esta reliquia de planeta.
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