domingo, 22 de diciembre de 2024

7.- BALDOBINO Y LA CARTA MISTERIOSA

 7.- Qué desgracia...


 

A la mañana siguiente, el primer tren que apareció por Lentejilla paró en la estación a las ocho. De él bajaron una gallina muy arreglada y sus tres polluelos: Niko, Nilo y Clarín. Vestían gorros de lana, guantes, abrigos y botas. Mamá gallina arrastraba un abrigo de plumas moradas y una enorme maleta con ruedas. Los pollos la seguían en fila. Al pasar junto al banco de hierro de la estación, una de las crías se quedó mirando la mantita que había en el suelo. Su hermano, que venía detrás, chocó con él sin remedio.

Vamos. Nilo, no te detengas.

Nilo levantó su alita y señaló debajo del banco, como diciendo ¡mira eso!, Y mamá gallina intervino enseguida:

Cuidado, no os acerquéis. Hay cristales en el suelo.

Por uno de los lados de la mantita asomaba algo parecido a la cola de un lagarto; de manera que, con precaución, mamá gallina levantó el paño y observó que efectivamente allí debajo había un pequeño y viejo lagarto que no se movía.

¡Pobrecito, pobrecito! —dijeron los polluelos a coro.

Mamá gallina sacó su teléfono móvil y llamó al servicio de ambulancias:

Sí, es un lagarto. Tiene los ojos cerrados y creo que no respira.

Al momento aparecieron dos gruesas culebras que traían una camilla, y que se abrieron paso entre las crías.

A ver, chiquitines, poneos a un lado.

Los polluelos se escondieron detrás de mamá gallina y observaron piquiabiertos cómo los camilleros intentaban reanimar a Baldobino. Le hicieron masajes y le pusieron oxígeno, aunque Baldobino seguía sin moverse. Uno de los enfermeros sacó una inyección y le pinchó en una de las patas. Baldobino, al instante, abrió los ojos.

¿Está usted bien? —preguntó el sanitario.

—Sí —contestó Baldobino—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Por qué tengo tanto frío?

No se apure. Díganos ¿cómo se llama, y qué ha ocurrido?

Baldobino todavía necesitó un buen rato para recomponerse antes de decir su nombre y recordar qué hacía en aquella estación el día de Navidad.

Ya lo recuerdo. Venían borrachos… Esos gamberros lo destrozaron todo. Y la tomaron con el reloj. Miren, ahí está, todo roto. Tenemos que llevarlo al hospital enseguida —dijo Baldobino con lágrimas en los ojos.

No se preocupe, veremos qué se puede hacer —contestaron los enfermeros.

Descolgaron el reloj de la pared y lo metieron en la ambulancia, junto a Baldobino. También recogieron su maleta, que por suerte no había sufrido ningún daño.

Antes de irse, los enfermeros dieron las gracias a mamá gallina y a sus pollos por preocuparse de aquel pobre lagarto; que de otra forma hubiera muerto de frío.

El hospital no es un buen sitio para celebrar la Navidad; pero Baldobino necesitaba que lo viera el médico, había pasado la noche en la estación con esas temperaturas tan frías y sin comer nada.

Oiga, yo estoy bien —dijo Baldobino—, a quien tiene usted que ver es a mi amigo el reloj.

La doctora, una libélula con gafas y bata blanca, se acercó al reloj, le sopló un poco y le dijo a la enfermera que lo cubriera con una venda.

Debe permanecer así cuarenta y ocho horas. Después habrá que repararlo.

¿Se pondrá bien? —preguntó Baldobino inquieto.

No podemos asegurarle nada, señor —contestó la facultativa—.Vamos con usted, ha estado a punto de congelarse. Le aplicaremos ungüento de Yedra, y tomará dos cucharadas de raíz de rábano picante para entrar en calor.

 

Ya por la tarde, Baldobino parecía totalmente recuperado, de manera que la doctora habló con él y le dio el alta.

Puede usted volver a casa cuando quiera. Y para que no tenga que cargar con la maleta y el reloj, le brindamos nuestro servicio de ambulancias especiales que los llevarán hasta donde usted vive —informó la doctora.

Muchísimas gracias —dijo Baldobino, y se acomodó en la parte trasera del vehículo para acompañar a su amigo el reloj en el trayecto.

Continuará...


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