9.-
La rana Lucrecia
Lucrecia le contó a
Baldobino que Sigifredo —Fredo para
los amigos—, cuya familia siempre fue muy pobre, nunca olvidó el día en el que
Baldobino, en el recreo del colegio, se desprendió de su bocadillo para
regalárselo a él. Por eso, ya de mayor, lo buscó para darle las gracias. El
destino, sin embargo, hizo que Sigifredo, con el tiempo, se hiciera rico. Sin
embargo, el destino también hizo que muriera de un atracón de moscas el mismo
día en el que habría de recoger a Baldobino en la estación.
—Claro que —prosiguió
Lucrecia—, esa misma noche mi croa-jefe se presentó en mi croa-casa con un croa-recado para usted.
—Pero ¿no se había muerto?
—¡Claaaaro! ¿Es que usted no
cree en los croa-fantasmas buenos?
—¿Croa-Fantasmas?
—Calle y escuche —prosiguió
Lucrecia—. Mi croa-jefe, convertido en un croa-fantasma desde
anoche, me ha pedido que venga y le comunique que, como no pudo llevarlo a su
casa por lo buen amigo que fue con él en la infancia, ha decidido utilizar sus croa-poderes en el otro mundo y concederle un croa-deseo.
—A ver si he comprendido
bien esto, señora rana. Dice usted que Sigifredo y yo fuimos juntos al colegio;
que su familia era muy pobre; que yo, un día, le regalé mi bocadillo en el
recreo y que, por ese motivo, Sigifredo, que de mayor ha ganado mucho dinero,
se acordó de mí y quiso invitarme a su casa en Lentejilla a pasar la
Nochebuena. Y que no pudo
recogerme en la estación porque murió ese mismo día de un atracón de moscas.
Entonces se presentó en su casa, convertido en fantasma, para entregarle el
deseo que usted me ha traído y que él me quiere regalar.
—Así es, señor croa-lagarto.
—Y con respecto a ese deseo,
¿puedo pedir cualquier cosa? ¿Lo que quiera?
—Sí, tontín. Lo que quiera.
Dígame. ¿Le gustaría hacerse rico?... ¿Famoso?... ¿Recuperar su croa-juventud?... ¿Nadar en el desierto?...
¿Viajar al croa-espacio?... ¿Volar?… Diga, diga, que me quiero ir ya.
Después de pasar la
Nochebuena en una estación de tren, conversar con el reloj, salir ileso de las
gamberradas de unos borrachos y volver a su pueblo en ambulancia, cualquier
cosa que ocurriera en la vida de Baldobino le parecería de lo más normal;
incluso el hecho de que un fantasma le concediera deseos.
—Veamos —dijo Baldobino, y
levantó los ojos intentando buscar eso que su amigo ´Fredo ´estaba dispuesto a concederle: ¿Recuperar mi juventud…? ¿Olvidarme
de las arrugas…? ¿Sentirme guapo…? ¿Que las chicas suspiren por mí todo el rato…?
Ufff ¡Cualquiera de esos deseos
sería perfecto!
Lucrecia, entre tanto,
apoyada en el quicio de la puerta, miraba a Baldobino con el rabillo del ojo.
De pronto, nuestro lagarto
exclamó: —¡Lo tengo! Ya sé cuál es el deseo que pediré
a Sigifredo.
La rana Lucrecia mojó el
lápiz en saliva y anotó el deseo que Baldobino le acababa de confiar. Volvió a
guardar su libreta en el bolso y añadió:
—Muy bien. Esta misma croa-noche, cuando
vuelva el croa-fantasma de mi croa-jefe, le paso la croa-nota. Encantada de haberle
conocido, Baldobino.
Antes de cruzar la calle y
buscar su auto, Lucrecia removió la nieve con una especie de lápiz plateado que
sacó del bolso y esta se iluminó. Del suelo brotaron unas bandas rojas,
amarillas y azules formando una espiral que giró y giró hasta
volverse blanca. La luz se posó de nuevo en el suelo y apareció una escultura.
Lucrecia le marcó los ojos, la nariz y una sonrisa muy chula:
—Ahí tiene, Baldobino, su croa-muñeco de nieve.
—Subió al coche y puso en marcha el motor, que producía un ruido espectacular:
«¡Baanm! ¡Baanm! Ñiiiiick…».
—¡¡¡Hasta pronto, guapetón!!! —gritó Lucrecia. Y desapareció envuelta en el
mismo misterio con el que se había presentado en casa de Baldobino.
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