Asistí a una conferencia donde
el tema principal era “La paz interior”.
En resumidas cuentas, la paz
interior se alcanza cuando aprendes a aceptar y dejas que ocurra lo que tenga
que ocurrir. Pero, claro, habrá quien diga: “Entonces, para tener paz no
necesito hacer nada. Ni asistir a conferencias, ni trabajarme el ego, ni borrar
los programas adquiridos, ni buscar en la niñez…”. Eh, eh, eh…, que no hay más
listo que el que no quiere andar (bueno, no era así la frase, pero es lo que se
me ha ocurrido).
Vayamos por partes, dijo Jack
el Destripador (que se escribe con mayúscula, porque no es cualquier Jack, sino
ese).
Para alcanzar la paz interior (sin
confundir con “me la suda") lo primero que hay que hacer es renunciar a muchas
cosas; sería como despojarnos de esa costra con la que nos movemos, para llegar
a la auténtica piel suave y rosada que nos pertenece (o algo así, porque
todavía estoy en ello).
Hoy, por ejemplo, me he
colocado el delantal de la renuncia. Y, aunque las palomitas de colores
todavía no las anoté como desechables, sí que me hice una lista de cosillas a
las que voy a renunciar para ir tomando impulso y ver si puedo alcanzar ese
estado en el que ya no hay que hacer nada, solo fluir:
Renuncio a culpar a nadie por las cosas que suceden.
Renuncio a cumplir funciones que ya no me corresponden.
Renuncio a discutir sobre ninguna cosa.
Renuncio a demostrar que tengo razón.
Renuncio a temer sobre mis seres queridos (cada cual está
en su proceso de vida).
Renuncio a seguir anotando mis renuncias, porque me voy a
tomar un café…, que tengan buena tarde.
Mercedes Alfaya.
Sublime renuncia, la del lenguaje simbólico, el que nos enrolla la mente y el paracaídas impidiendonos aterrizar suavemente..... 😉
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