A diferencia de lo que quieren trasmitir los gobiernos, para mí,
este virus está siendo una bendición. Y digo esto porque, ahora que todo se paraliza,
disfruto de mi tiempo, de mí, de mi casa, de mis cosas…, además de que nos va a enseñar a valorar momentos y situaciones a las que antes no dábamos importancia o veíamos como rutinarias; por ejemplo, la labor de los sanitarios. ¡Qué listos son los
virus que nos llevan a encontrarnos con nosotros mismos! (y nos proporcionan tiempo para ponerlo todo al día). Además, para ver la bendición de algo, hay que salir del miedo y mirar lo provechoso que podemos saca de ello, porque, ya lo dice el refrán: "Lo que no mata engorda".
Yo, por ejemplo, no estoy pendiente de las noticias, porque de lo
que me tengo que enterar ya me entero (hasta sin querer), pero no voy a dejar
que me contaminen ni me distraigan de lo verdaderamente importante. El pánico lo que consigue es que bajen las
defensas y entonces ¡zas! abrimos la puerta a cualquier virus. Por eso yo no
tengo miedo a NADA (eso para empezar).
También digo que este virus es una bendición porque estoy
descubriendo y disfrutando de cosas que nunca incorporé a mi vida, o a las que
nunca les presté atención. Es el caso de que lleguen las doce de la mañana de
un sábado como este (que siempre me pilla trabajando) y me haya preparado unas
aceitunas, patatas y un refresco al son de una musiquita relax; si hay que
estar en casa, que sea a lo grande).
Otra cosa que he aprendido y que me ha venido como Dios es eso de
la paciencia; yo tengo poca, sobre todo en los supermercados, cuando la gente
se distrae y la cola no avanza. Hoy en Mercadona respiré una paz indescriptible:
no podía comprar porque no había casi de nada, así que no necesité ni carro; me
movía entre los pasillos como flotando. Tampoco me podía alterar porque las
colas eran las que eran, además, ahí fuera no me esperaba nada (todo cerrado);
y como tampoco tenía prisa porque no hay nada que hacer… Pues, relax-ch-ch-ch. Pasé por la sección de
perfumería a por unas pinzas para el pelo y al otro pasillo a por un rollo
de papel de horno (que todavía quedaban). Y como casi todo está paralizado y la
prisa ya no sirve, pues me puse en la colísima, que llegaba hasta Nueva York, y
a esperar con una sonrisa (esto ahora es la única distracción,) Y con respecto
a lo de usar mascarilla, jamás me la pondría, para un pedazo de virus al que se
le está dando tanto poder, una triste mascarilla es como una dulce piruleta (¡¡¡a
por ella!!!). Los virus saben hasta latín. Lo que hay que hacer es plantarles
cara y que vean que no les tienes miedo (como a los perros que te enseñan los
dientes).
Más ventajas de estas situaciones es que agudizan el
ingenio: he visto que mi amiga María José Moreno aprovecha para sortear uno de
sus libros, ahora que tendremos muchas horas libres para leer (chapeau, María
José, hay que fomentar hábitos saludables).
Ah, y si te aburres o te sientes solo, vete a Mercadona, aunque no
tengas ya nada que comprar, porque ahí siempre hay gente.
Mercedes Alfaya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario