martes, 29 de agosto de 2017

sábado, 26 de agosto de 2017

The Moment



                                           

The Moment

Dicen que lo que vivimos es una especie de película en la que todo está rodado, censurado y listo. Por lo que solo nos tendríamos que dedicar a observar lo que sucede a nuestro alrededor, sin juzgar ni juzgarnos; y nada más. Claro que si te montas un ratito “jevi” (como se dice ahora), pues igual el trago peliculero se te hace más “lay” (como también se dice ahora). De manera que voy a desconectarme de la matrix (como yo digo) y a enchufarme al saxo (con “a”).

Siento especial  debilidad por esta  melodía de Kenny Gin: The Moment. La conecto y me transporto…, me evado, vuelo… (flight, flight, flight). ¿A dónde? Yo qué sé, igual a esa parte del corazón en la que habitan los recuerdos bonitos, especiales, mágicos… Estaba pensando que todo esto de los recuerdos bonitos, especiales y mágicos los fabricamos nosotros, aunque también están ahí, en el carrete. Porque, a ver, en mi corazón puede anidar la imagen de alguien que representa algo para mí. Conecto la música y ese “alguien”, al mezclarse con los acordes del saxo, se perfecciona, se expande, se vuelve inmenso, acogedor y glorioso; ocupa mi corazón…, mi mente…, mi cuerpo. Me recuesto en el sofá, cierro los ojos y las lágrimas acompañan el momento.

¡Ay! ¡Qué bonito es sentir esto! (me digo).

Agarro el móvil y busco fotos e imágenes de la persona con la que querría fundirme en el éxtasis y la melancolía que he fabricado en mi película de vida. Ahí está… con esa sonrisa de ángel, esa mirada incierta y ese mechón de pelo cayéndole por la frente (por decir algo). Ahora, con su foto y el saxo de fondo, el mundo se ha evaporado… (a solas con mis bonitas lágrimas).
Cuando vuelvo a tomar contacto con la realidad, esta se ha transformado. Así, tras la cristalera del salón, descubro el horizonte, el atardecer de caramelo, el volar de los pájaros y algún que otro arrastre de sillas del vecino de arriba (que también forma parte de mi película).

La melodía está llegando a su fin (lo que indica que ya mismo bajaré de las nubes y volveré a ser mortal). Y, además, el de la foto también dejará de ser perfecto y etéreo, entre otras cosas porque hoy no me ha llamado y porque ya estoy cansada de que me cuente milongas mientras se pasa el día en el gimnasio; esto no se lo aguanto yo ni a mi padre (que es un decir, porque el pobre ya no está en el carrete de mi vida).

Se ha terminado la canción. Abro los ojos humedecidos por la experiencia sublime, mezcla de saxo y miel, y descubro que la casa está desordenada y que hay que regar las plantas, limpiar los baños, fregar la terraza... Suena el portero automático (será la del cuarto B, que siempre llama aquí cuando no le abre la llave, como si en el bloque no hubiera más gente…).  Si es que no se puede vivir y soñar al mismo tiempo. Y de todo esto tiene la culpa quien la tiene, que para cuatro ratos divinos que me monto con el Kenny y el saxo, hay que ver lo desagradecida que es la película.


Posdata: La culpa de todo siempre la tiene uno mismo, por conectar una melodía y pensar que todo se va a volver de chocolate y miel sin que intervengamos en ello de una forma activa. 

Mercedes Alfaya.


jueves, 24 de agosto de 2017

Estoy de limpieza






Quiero tirar al pozo la bandeja de promesas caducadas, las calles sin salida y los mecheros sin gas. Los lápices sin punta, los libros de reclamaciones, las flores de plástico y los tacones.

Quiero tirar al pozo los domingos sin sol, los silencios carcomidos, los botes de laca, los broches sin brillo, las llaves oxidadas y los relojes dormidos.

Mercedes Alfaya.

Cosas que me gustaría hacer contigo

                                             



Dibujar con el dedo en los cristales.
Comprarnos un sombrero y hacernos una foto.
Despedir a los trenes en la estación.
Tumbarnos en la hierba y saludar a las nubes.
Tirar monedas a la fuente y pedir deseos.
Chasquear los dedos y que las cosas ocurran.
Cruzar los pasos de peatones a la pata coja.
Hacer pompas de jabón y correr a explotarlas.
Abrir tu mano y encajar mis dedos.
Escuchar música compartiendo auriculares.
Bailar descalzos.
Pintarnos pecas en la nariz.
Montar en moto. 
Mirarnos de frente. 
Jugar a poner caras en el espejo.
Compartir secretos al oído y palomitas en el cine.
Viajar a un país exótico sin nada de equipaje (ni en los hombros ni en la memoria).
Desabrocharte la camisa y besarte el corazón.


Mercedes Alfaya.