A ver, ¿dónde puse mi teléfono? Ah, sí, aquí está… “Pi-po-pu” “pa-pe-po” “pi-pa-pa" (la llamada…). Tarda un poco en contestar. Normal ¡Ya!
—Hola, Dios. Perdona que te moleste, es que tengo algunos
problemillas que me cuesta resolver. La verdad es que no son muchos, lo que
ocurre es que… Ah, ¿que vaya al grano? Vale (qué borde, ¿no?, y eso que no lo llamo
nunca). Pues, te cuento: Necesitaría que me echaras una mano con el asunto ese
que me trae de cabeza, ya sabes… ¿Cómo?... Sí, sí, ese, ese… También necesito
que se solucionen los problemas que tengo en mi vida con respecto a… ¿Cómo
dices?... Ah, ¿que todo eso lo tengo que resolver yo por mi cuenta? Pues, disculpa
la desfachatez, pero, entonces, ¿tú para qué estás?... ¿Per-doo-naaa? ¿Y las
noches que me pasé rezando, las velas que te puse, mis ofrecimientos para con
los demás, los donativos, las gracias continuas, los besos a tu imagen, los
sacrificios, mi paciencia…? ¿Hola?... Ah, pensé que me habías colgado. Verás,
yo creo que tengo derecho a recibir algo por tu parte, de otro modo, ¿qué
sentido tendría este mundo de caos y sufrimiento?... ¿A qué me refiero? ¿Tú
crees que es normal que unos caguen en un váter de oro y otros no tengan ni
para comer? Si me lo explicas, ¿o te pongo más ejemplos?… ¿Cómo?... ¿Qué
significa que yo me ocupe de mis cosas y deje tranquilos a los demás? ¿Sabes
qué? Te haré caso y me emplearé en mí, en lo que me concierne. Ahora que,
prepárate, porque, en cuanto descubra cómo andar sobre las aguas sin hundirme,
igual te quito el puesto y en lugar de sentarme delante del espejo a contemplar
el ego de mi creación y rascarme el ombligo, me remango y ordeno todo esto de una
puñ… (piiiiiii) vez. ¿Me has oído?... ¿Hola?... ¿Dios?... ¿Estás ahí?... ¡Jope!
Ha colgado.
¿Saben qué? A mí me parece que este Dios no es el apropiado para
lo que yo necesito; igual apunté mal el teléfono. O, si ese es el Dios verdadero,
vaya churro que nos vendieron. O, si no es un churro, tampoco es un chocolate…
¡Uy! Ya no sé ni lo que digo. Desde luego que solucionaré mis cosas yo solita,
sin ayuda, ya lo verán, ¡faltaría plus! Ahora va a ser que Nietzsche tenía
razón con lo del Superhombre, no te digo…
En fin, que, mientras descubro toda mi potencialidad como personal
más allá de lo humano y lo divino, voy a poner una reclamación al Cielo; y, de
paso, les diré que limpien los cristales de las ventanillas del tren de
cercanías (aunque, como está la cosa, y para ver lo que hay fuera, mejor me dejo
de remilgos y me cuento los lunares de las piernas; total…).