martes, 17 de agosto de 2021

CONFÍA

 

Yo esto de “confía” me lo digo mucho. También lo comparto en ocasiones, cuando entiendo que alguien anda con desesperación porque las cosas no le salen como quería o porque su vida se ha torcido en algún tramo.

            La verdad es que  “confía” es una palabra poderosa, hay quienes la escuchan sin más, quienes la tienen en cuenta a ratos y quienes no te mandan al cuerno porque queda feo. También —y aquí viene lo mejor— los hay que, además de oírla y tenerla en cuenta, la llevan a la práctica; o sea, confían de verdad.

Y es ahora, después de la afirmación, cuando vendría la gran pregunta: Confiar, sí, ¿en qué?, ¿en quién? La respuesta más sencilla sería: confiar en la vida. Claro que yo me pregunto: ¿Qué sabrá la vida de lo que a mí me interesa, de lo que necesito, de lo que quiero que se resuelva, de lo que anhelo, de lo que me haría feliz…? ¡Ni que la vida fuera Dios! ¿Dios?, otra gran pregunta, mejor dicho, la pregunta de las preguntas, la meta-pregunta.

(Meta = más allá.

Meta-pregunta = más allá de la pregunta).

¿Eeeh? ¿Ehhh? ¿Hhhee? Ufff, Yo, cuando me enredo en estas cuestiones trascendentales es que me temo, porque, lo mismo te resuelvo un jeroglífico egipcio que me embobo en la espiral de Fibonacci y sus arcos concéntricos.

A lo que voy… Que la vida no puede ser Dios y saberlo todo sobre mí. Entonces, Dios, el Creador, el Sabelotodo, el Poderoso (llámalo como quieras) tiene que morar dentro de mí, ¿no? A esto llego por deducción.

Un momento, voy a mirar...

Estoy buceando en mi interior a ver si consigo aclararme. Ya pasé entre las costillas, los pulmones, el corazón…, y, mientras inspecciono el resto, en lugar de anuncios publicitarios que ya saturan mucho, les dejo algo, —por cierto, nada interesante—, sobre la construcción de la Torre Eiffel:

«La construcción de la Torre Eiffel comenzó el 28 de enero de 1887, y tuvo una duración de 2 años, 2 meses y 5 días, con la colaboración de unos 300 trabajadores, 50 de ellos ingenieros y diseñadores. El motivo de su construcción fue La Exposición Universal de 1889 en París».

¡Ya volví!

Acabo de verme por dentro. Vaya mogollón de venas, arterias, órganos, huesos…, todo a flote y en su sitio. Y, lo mejor fue que descubrí algo insólito. Aquí, adentro, tenemos algo que no sabría definir muy bien. No es Dios, no. Tampoco es el alma, no. Se trata de algo mucho más poderoso que todo eso, y es en lo que habría que confiar sin ningún tipo de duda. Ese algo es el Espíritu que, como no sabemos que está ahí y que es en el que deberíamos confiar, lo tenemos de brazos cruzados, dormido, vago. Así pues, cuando nos digan: «¡Confía!», lo que deberíamos hacer es alinearnos con ese nuestro Espíritu interior que es el que de verdad sabe lo que nos conviene. ¿Que, cómo se hace eso de alinearnos con el Espíritu? Si todavía no lo has descubierto, ya te llegará la respuesta. Mientras tanto, cada vez que algo te perturbe, te desestabilice, te acongoje, te desmotive… ¡Confía! (o, si no me crees, tienes la otra opción: entretenerte con los anuncios o con la Torre Eiffel).

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