martes, 21 de diciembre de 2021

A VER SI LO PILLAS


No puedo hablar. Quiero decir que estoy afónica, con tos.

Existen dos maneras de interpretar esto. Una es hacerlo desde fuera de mí, tipo: he cogido frío, se fue la tarde y me pilló con el chaquetón en casa, hay mucha humedad… y todas las “excusas” que se me ocurran.

            La otra opción es recurrir a mi interior y averiguar qué es lo que no me atreví a decir, lo que me sentó como un jarro de agua fría, lo que no expresé, lo que se me quedó dentro, lo que no dije.

“””(.) –(.)”””  Esta soy yo pensando.

Ha pasado una hora y no se me ocurre nada. Solo recuerdo haber sentido frío en la calle, claro que esto no me sirve. Sigamos pensando. A ver, qué pasó ese día,  o el día anterior, o un par de días antes. ¿Qué me dejé sin decir? ¿Qué no me atreví  a poner en claro? ¡Vamos! Piensa, piensa, piensa.

“””(.) –(.)”””   Sigo pensando…

¡LO TENGO!  (Un momento, voy a estornudar: ¡AaaachisssSSS!).

El motivo de esta afonía acompañada de tos y algo de malestar se debe a una situación tonta, que, por sencilla, apenas la tuve en cuenta y fue lo que desencadenó que despertara algo no resuelto en mí. Se trata de la necesidad y el deseo de valoración y reconocimiento que se supone que arrastro desde la niñez. Claro que esto es inconsciente, porque si no lo fuera, ya lo habría resuelto.

Lo cuento:

Le regalo algo a una amiga que me parece valioso y luego veo que se lo ha pasado a su prima (por decir algo) y cuando me entero siento ¡zas! Y me lo callo. Y el cuerpo dice: ¡¡¡Nooooo! ¡Avísale!, que hable, que se queje si lo necesita». Y yo arañando la pared con la uña. Entonces el Universo dice: Pues si no te vas a quejar ¿para qué quieres la voz?  (¡pumba!, afonía al canto). A ver si lo pillas por ahí. 

Otra cosa sería que me importe un pimiento lo que mi amiga haga con el obsequio que le hice, total, yo solo tengo que mirar cuál era mi intención al regalárselo. Lo que venga después o lo que ella haga con la ofrenda ya no es cosa mía. Pero, claro, como todavía no estoy tan avanzada, viene el cuerpo y me lo muestra. Y como de pequeña, también sentía que mis cosas no tenían valor ni para papá ni para mamá (ojo, que es lo que yo sentía como niña, lo que no quiere decir que fuera así), pues la herida vuelve a sangrar cuando mi amiga no valora lo que le regalo.

Y ya solo me queda aprender la lección, curar mi garganta y dar las gracias a mi amiga por mostrarme (sin saberlo) que tengo que valorarme más. ¿Cómo? Estando más en mi interior e interesándome solo por la intención que pongo a la hora de hacer algo, sin que me importe lo que venga detrás, a ver si consigo sanar todas las heridas del pasado.

 

Mercedes Alfaya.