miércoles, 16 de diciembre de 2020

AL OTRO LADO DEL PAPEL

 

AL OTRO LADO DEL PAPEL

 

Aunque es sábado, hoy tengo una tarea importante: escribir una carta, a mano y con el corazón.

Si te cuesta saber lo que significa expresarte con el corazón, te diré que la mente tiene que quedar fuera, es decir, eliminar lo políticamente correcto, no pensar si a la otra persona le va a molestar o doler lo que escribas, dejarte de floripondios y expresiones rimbombantes y decir lo que sientes de forma clara, respetuosa y honesta (sobre todo contigo).

Este tipo de cartas hay que escribirlas a mano, da igual si la persona existe o ya desencarnó, porque en el subconsciente no cabe ni el tiempo ni el espacio; y menos lo material, solo tú sabes que eso que bulle y flota en las profundidades ha de emerger, hacerse consciente y digerirse. Créeme, la mejor manera de liberar los atranques es escribir (a tu padre, a tu hermano, a tu pareja…, a quien necesites). No hace falta que le envíes la carta, con la física cuántica esto le va a llegar solo con escribirlo; luego lo puedes guardar, tirar, o lo que quieras… 

El ritual es el siguiente:

Busca un momento del día en el que te sientas bien, libre de obligaciones. Acomódate en un rincón de la casa que te guste. Enciende un incienso (si eres de purificar el entorno). Toma papel y boli. Respira hondo y escucha tu corazón; la mente hay que dejarla en la ventana, que no intervenga. Imagina que esa persona a la que vas a escribir y expresar todo lo que necesitas está ahí, al otro lado del papel (aunque lleve muchos años en el cielo o viva en otro barrio o ciudad). Y comienza a escribir:

Querido papá. Quería decirte que, aunque estabas ahí de forma física, como padre te sentí ausente…

(Si lloras no pasa nada, las plantas crecen con agua).

 

FELICES SIESTAS

 

FELICES SIESTAS

 

No, no me confundí. La siesta aquí en Andalucía es famosa. Se trata de cerrar los ojos un ratito después de comer; y más ahora que el tiempo se presta a mantita, reflexión y sofá.

Con respecto a las fiestas, pues, yo, lo de siempre…, que no me apunto a un carro que me “vende” una felicidad momentánea, en un tiempo concreto y bajo requisitos tan poco transparentes como que es ahora cuando tenemos que querernos, regalarnos y ser buenos y solidarios. Y el resto del año ¿qué? Pero si los malos no existen, todo forma parte de la película y el papel que hayamos elegido representar en la matrix ¡Uy, uy, uy! Que se me va la lengua y luego pasa lo que pasa, que comprender esto me cuesta hasta a mí, y mira si decía mi abuela que yo era lista…

En fin, que todo va a salir bien, porque todo depende de cómo interpretemos la película cada cual. Y si te apetece engancharte al carro de las fiestas, pues te enganchas, que lo importante es que seas tú en cada momento y disfrutes, porque despertar no vamos a despertar todos, echemos la siesta o no. Je, je.

 

 

lunes, 26 de octubre de 2020

LOS BUENOS MAESTROS

 

LOS BUENOS MAESTROS

 

¿Qué tal te encuentras?... Es la pregunta. Y yo respondo: «bien, esto ha sido una bendición». Y suena prepotente, pero así lo siento. Pensamos que nuestra vida va bien, que podemos con todo, que hay que seguir, que estamos sanos… Y va el Universo y te echa una manilla para que todavía te vayan mejor las cosas, y te manda unos días al hospital con un buen susto.

Y sales, y ahora cambia tu mentalidad, tu forma de vida, tu alimentación y todo lo que te rodea en general: a descansar una temporadita, nada de grasas, todo a la plancha, reducir la sal, no azúcar, no tabaco ni alcohol (aunque yo ni fumo ni bebo) caminar una hora diaria, nada de berrinches ni sofocos, a mimarte, a cuidarte y a mirarte al espejo con la certeza de que tú eres lo más importante de tu vida.

Pues eso, si ya me tomaba la vida como un precioso regalo, ahora que estoy descansando, perdiendo peso, haciendo ejercicio, cuidando lo que como, lo que pienso, lo que me rodea y lo que quiero o no quiero en mi vida…, las posibilidades de ser feliz aumentan de forma considerable. Por eso, ¿quién dijo que sufrir un infarto es algo chungo? Lo es si cuando llega no aprendes lo que ha venido a enseñarte, y yo, con los buenos maestros, soy muy buena alumna.

¡A cuidarnos!

Abrazos soleados con aromas silvestres.


Mercedes Alfaya.

 

jueves, 17 de septiembre de 2020

OBSERVANDO AL OBSERVADOR


Un ejercicio perfecto para salir del personaje es tratar de observarnos. Como ya dije, nosotros somos alguien distinto a esa persona que creemos ser. La prueba está en que, si hubiésemos nacido en otro sitio, con otra familia, otra cultura…, seguro que nuestro mundo y nuestra personalidad serían distintas.

En fin, a lo que voy. Que hoy estuve atenta a todas las vivencias, pensamientos y acciones de “mi personaje”. Me vi levantarme de la cama, meterme en la ducha, vestirme y salir para el trabajo: «¡Ostras! Ya me olvidé otra vez la mascarilla; a ver si termina pronto este rollo del virus…».

Mientras caminaba, observé el talante con el que acudo al trabajo: ¡me gustó mi talante! Además, vi que me movía en el presente, como hacen los niños; cuando un niño mira cómo el señor de la tienda de frutas coloca el precio a los tomates, eso es lo que ve: al señor de la tienda de frutas colocando el precio a los tomates. Sin embargo, los adultos, miramos lo mismo y nuestra mente se pierde en: “Tengo que pedir hora para hacerme las uñas; a ver si llamo al banco para lo del recibo que me cobraron; hablaré con mi jefe para hacer el curso ese; ¿qué voy a comer hoy?… y si alguien te preguntara por el precio de los tomates, seguro que dirías: ¿qué tomates?

Pues, eso, que hoy me estuve observando para ver si estoy en la observación. Reconozco que me despisté un poco, sobre todo cuando pasé por el escaparate de la cafetería de la esquina y los dulces me saludaron con ese encanto tan arrebatador que me empujaban a meter la cabeza por el cristal; las tentaciones pululan por todas partes. Aunque, enseguida conseguí que mi personaje siguiera el paso y disfrutara el momento y el milagro de moverse por las aceras, entre los transeúntes con prisas, el jolgorio de los niños, el ronroneo de las palomas, la complicidad de los árboles, el pitido de los coches, el tintineo de las cucharillas en los cafés y la música de piano desde una ventana sin nombre. Y con todo esto, he descubierto que mi personaje se ha desprendido de algunas capas oxidadas que arrastraba y ya no juzga tanto, no se enoja tanto, aprecia lo que tiene, fluye, sonríe y vive el presente. Y sobre todo se quiere, se valora y ha conseguido que le baje la tensión (13- 7), que siempre la tenía alta. Me gusta mi personaje, mañana se lo diré cuando lo vea.

 

Mercedes Alfaya

domingo, 30 de agosto de 2020

¿Y SI FUERA VERDAD?




Me ha dicho la extraterrestre que los billetes para 5 dimensión ya están vendidos, y que el paso es inminente. Mira que si fuera verdad…

Yo, por si las moscas, me he empapado un poco de lo que significa todo esto. Al parecer, la Tierra no nos necesita para su ascensión; nosotros a ella, sí. Por otro lado, esto ya no se sostiene de ninguna manera. Incluso los tres Arcontes que gobernaban el planeta han salido pitando, saben que en las películas los buenos siempre ganan y no quieren la derrota.  

Solo queda esperar.

Según he visto, la quinta es una pasada. Para movernos ahí, necesitamos conectadas las 12 hebras de ADN (ahora solo tenemos 3 activas, faltan nueve: esas que los listillos dicen que están ahí, pero que no sirven para nada; ¡madre mía!, ¿has visto que sobre algo en esta perfección de cuerpo?...). Lo que ocurre es que nos las desconectaron para manejarnos, y ha llegado el momento: ¡no más control!

Como decía, vamos a pasar de tercera dimensión a quinta, un salto sin precedente: como si te mudaras de un suburbio a un palacio. Claro que los habrá que no se fíen y se quieran quedar en tercera, pues, hala, a seguir ahí, sin problema. Yo ya estuve en quinta dimensión, me colé por una ranurita de nada y duró muy poco, lo que ocurre es que no sabía lo que estaba viviendo y me asusté, era como tener el cielo en la tierra, increíble, mágico, espectacular.

Bueno, que el salto es grande. Pasamos de 3D a 5D, porque la cuarta dimensión nos la saltamos (es una dimensión de espera para los que no han terminado de completar “el expediente”). Y no hay que tener miedo. Es como si todo se comprimiera para volver a expandirse, o eso dicen.

Yo estoy deseando que ocurra. ¿Y si fuera verdad que, para la gente de quinta dimensión se acabaron los lunes, el sufrimiento, las farmacias, el hambre, los bancos, los nubarrones, la telebasura, el dinero, las malas noticias, la enfermedad, el fin de mes, los domingos sin sol, las averías del coche, el vecino coñazo, la inseguridad, los impuestos, el covid, las mascarillas, el miedo…? Ufff! Me voy a poner el tinte del pelo para que la transición me pille con la cara lavada y recién peiná. Y tú, ¿ya te duchaste?

Mercedes Alfaya.

sábado, 15 de agosto de 2020

¡QUE LO DISFRUTES!



Lo primero que tienes que saber es que eres un ser perfecto.

Si algo te perturba en este momento, déjalo pasar, porque en tu línea de vida eso tenía que ocurrir para que avances en esta dimensión y tu aprendizaje se vaya completando. No mires atrás, solo aprende de lo que llamas “errores”, que no lo son. Lo que existe son oportunidades y resultados que se dan a través de las acciones: si haces esto, obtienes este resultado; si haces eso otro, obtienes ese otro resultado, y todos válidos. La cuestión es que tú quieras obtener un resultado A cuando estás actuando desde una premisa B, ¿lo comprendes?

Te hablaré del “atasco”. Por ejemplo, te sientes mal por alguna cuestión y piensas que todo está en tu contra… Esto se resuelve de forma muy sencilla. Lo primero es saber que el Universo siempre está de tu lado, hagas lo que hagas; y te quiere y te acepta tal como eres (lo que deberían hacer los padres con sus hijos). A partir de ahí, todo fluye, porque habrá otras oportunidades de subsanar aquello que tú piensas que no se hizo (o no ocurrió) como tú crees que tendría que haberse hecho (bajo tu criterio, claro). Y si tienes paciencia, confías y pones interés, vuelve la oportunidad de mejorarlo.
El que algo salga “a tu gusto” no quiere decir que sea favorable para ti, pero de eso ya te darás cuenta con el tiempo, cuando vayas dejando atrás los programas, esos que te dicen cómo deben de ocurrir las cosas sin tener en cuenta que todo cambia y que las reglas generales no funcionan, porque somos seres únicos.

Y después de esta parrafada, te cuento un secreto: al final, se oirá una enorme carcajada, y te darás cuenta de que nada de lo que has vivido existe más allá de una simulación, un juego en el que te viste inmerso. Y reirás y llorarás al mismo tiempo, como si hubieras descubierto una broma algo molesta y dolorosa, pero, al fin y al cabo, una broma. Y despertarás del sueño y verás que todo está en su sitio. Y aparecerá un espejo gigantesco donde comprobarás que lo tienes todo, y que eres un ser grandioso y exquisito. ¿No me crees? Pues, te mando un adelanto en forma de sorpresita que te va a encantar. ¡Que lo disfrutes!

miércoles, 29 de julio de 2020

SERÁ POR ALGO




La Aceptación es una asignatura que casi todos tenemos pendiente, entre otras cosas porque la confundimos con esa otra de nombre “resignación” (la escribo en minúscula para quitarle valor; la resignación hay que erradicarla).  
Para que exista una Aceptación (con mayúscula), lo primero que tiene que haber es una comprensión de por qué me ocurre lo que me ocurre, o por qué ocurre en mi vida lo que ocurre. La comprensión enseguida te lleva a la Aceptación. Pero, bueno, que esto parece una clase aburrida con una maestrilla de pacotilla (valga la rimilla). Pasemos a explicar la práctica (que será lo que nos lleve a la sabiduría).
Por ejemplo, me enteré de que iban a cerrar la piscina de mi urbanización, porque encontraron un brote de covid en un instituto donde se daban clases de verano y que está cerca de aquí. Toooodo el año esperando que abran la piscina para disfrutarla ¿y ahora esto?, me dije. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que me estaba examinando de la asignatura Aceptación y pensé: El cabreo ¿me sirve para algo? Pero, claro, el resignarme tampoco me servía. Entonces comprendí que la Aceptación me liberaba, me daba paz y me permitía disfrutar de la piscina el tiempo que siguiera abierta hasta que la cerraran (no he sentido el agua con más placer que en ese momento).
Por cierto, para la Aceptación, hay que tener en cuenta dos máximas (principio, regla o proposición, generalmente admitida por los que profesan una facultad u oficio):
1.- Saber que todo lo que ocurre en nuestra vida trae un propósito de aprendizaje para nosotros (aunque nuestro personaje no lo comprenda).
2.- Todo lo que temo lo atraigo.
Dicho esto, ¿cuál es el problema? Y alguien dirá, bueno, es que lo de la piscina no tiene nada que ver con otras circunstancias “más graves” que nos pudieran ocurrir, como una enfermedad, una pérdida, un accidente… Y, aunque parezca frío, te vuelvo a remitir a las dos máximas: 1.-Si llegó a tu vida es para que aprendieras algo, aunque tu personaje no lo acepte (luego hablaremos de la muerte) 2.- ¿Estás seguro de que no lo atrajiste con tus miedos?... Y, ahora, añado unas cuantas preguntas más: ¿Puedes hacer algo?... ¡hazlo! ¿No puedes hacer nada?... Acéptalo.

Aceptar trae paz. Y, sobre todo, ayuda a aprobar la asignatura donde se presente.
Si hablamos de la muerte como un suceso trágico es que no nos hemos enterado de nada, porque en este planeta necesitamos un traje para habitar la 3D y lo único que hacemos es dejar aquí el traje cuando termina la experiencia, pero, vaya, si no lo ves así, permítete el duelo, y luego acéptalo, te traerá paz.
Yo no quiero hablar muy alto, porque siempre que digo ¡aprobé!, me viene un imprevisto que me descoloca, aunque, intento que me dure lo que una pompa de jabón en el aire, porque, enseguida tiro de mis apuntes y me pongo a estudiar la Aceptación, que es “durilla”, pero muy gratificante.
Por cierto, la piscina de mi urbanización sigue abierta (todavía). Y lo mejor es que no temo a que la cierren, porque si ocurre, no pasa nada, será por algo.

¡Uy! Se me ha ocurrido una idea fantástica: me voy a comprar una camiseta y le diré a la chica de la fotocopiadora que me grabe delante: SERÁ POR ALGO. Así no se me olvidará esta otra máxima, jejeje (yo la Aceptación la apruebo con matrícula aunque me cueste, ya verán…).

Mercedes Alfaya.

martes, 21 de julio de 2020

¡COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA!


He aprobado con nota algunas asignaturas que tenía pendientes, como la Humildad, la Paciencia y la Compasión, de las que me examiné estos días.
Las asignaturas para nuestro crecimiento personal son muy curiosas, porque las imparten “profesores” que tenemos cerca. Por ejemplo, la asignatura Tolerancia la trabajo todos los días con el vecino de al lado, que no deja de dar la lata pensando que vive solo en el bloque (es un decir, que mis vecinos son muy buenos).
La asignatura Paciencia la tengo con la chica de la cafetería de la esquina, que tarda en atenderme lo que yo tardo en comprender que la muchacha no da para más.
La asignatura Compasión la trabajo con todas las personas que, con su ignorancia y sus programas adquiridos, solo tienen una manera (la suya) de mirar el mundo y, además, intentan imponerla a toda costa.
 La Humildad la repaso mucho, porque no faltan momentos en los que hay que dejar a un lado el ego y comprender que las personas actúan como actúan porque es lo que han aprendido, pero eso no tiene por qué afectarme ni tengo por qué estirar el cuello ante nadie; que hasta hace bien poco yo también andaba necesitada de elogios y presumiendo de todo.
En fin, que la mejor nota la he sacado con mi hermana, que estuvo unos días en casa. Por lo general, yo me desespero (me desesperaba) mucho con ella, porque tiene una forma de ser y hacer que me encrespa los nervios; bueno, ella no me encrespa nada, soy yo la que se encrespa sola. Por ejemplo, le pregunto si quiere gazpacho y me dice que sí. Me pongo a pelar los tomates y me la veo a medio metro de mí, con un vaso en la mano y el cazo en la otra mano, esperando, sin parpadear, como una esfinge en el desierto, cuando yo todavía no había sacado ni la batidora. ¿Irritante? ¡Nooo! La miré con mucho amor y con el dedo índice le empujé despacito hacia atrás: «Ponte ahí, que todavía no está el gazpacho listo». ¿Para qué me voy a crispar? Ella es así, ya está.
Por la noche, le digo que me voy a la cama y, al rato, cuando ya estaba pillando el sueño, abre la puerta de mi habitación para darme una toalla del tendedero: «Es que ya está seca», me dice, ¡¡¡como si no hubiera un mañanaaaaaaaa!!! Santo Cielo, ¡¡¡¿es que no te puedes esperar al día siguiente?!!!!  No, ella es así. Entonces le digo que gracias, que la deje a un lado de la cama, le tiro un besito de buenas noches y me pongo a rezar el Jesusito de mi vida, eres niño como yo…, sin irritarme, que ya quiero ir aprobando asignaturas, que las tengo casi todas suspensas.
Este año escapo bien. Entre la Mariflori del escrito anterior y mi hermana, me he “chupao” un curso sin enterarme. A ver qué pasa mañana con la piscina de la urbanización, que dice la mancomunidad que igual la cierran por un brote nuevo del covid (lo puse en minúscula para quitarle fuerza), ¡con lo que a mí me gusta el agua! Espero poder bañarme todo el verano, porque el invierno es muy largo y parece que trae cola. Y si la cierran, a ver si apruebo la asignatura que peor llevo: la Aceptación, y que no me quede nada para septiembre.

Mercedes Alfaya.

domingo, 19 de julio de 2020

TENGO AL EGO DISECADO




            Tuve una conversación seria con mi ego. De hecho, no le dejé publicar nada en este tiempo. Me decía: Escribe, que hay gente a la que le gusta leerte», y yo le contestaba: «Escribiré cuando me apetezca y tenga algo que decir». Vamos, que ya no puede ser, a mi ego hay que atarlo corto y bajarle el yo, mí, me, conmigo, todo yo, yo…, y que los malos son los otros. ¡Venga ya!

            Le hice ver por qué se siente ninguneado, se enfada si no le prestan atención y necesita destacar en todo. Y lo más importante: ¿de dónde le vienen esas carencias? Porque, todo eso está ahí escondido, incrustado en mí y salta cuando se activa el programa del ego. Por ejemplo, vienen unos amigos a comer a casa y a Mariflori la llaman por teléfono… ¿Será normal que la muchacha se vaya a otra habitación a hablar con la amiga todo el rato que quiera y nos deje ahí plantados como si no existiéramos? (pura ironía, claro). Pues mi ego eso lo lleva fatal: «Perdona, guapa, si te vas a poner a hablar con tu amiga, el postre te lo pierdes, que yo no soy sirvienta de nadie», bueno, es un decir, que al final le ofrecí el cuenquito de yogur de soja, arándanos naturales, manzana picadita, frutos secos y media cucharadita de miel de eucalipto con tintes de menta.

El caso es que mi ego tiene que darse cuenta de que los demás están ahí para mostrarme aquello que todavía no tengo resuelto. Y, en lugar de comprenderlo, se me pone borde: «¡A la Mariflori no la invites más!». Pero ¡qué dices! ¿De qué vas?...
Y fue cuando agarré a mi ego por la solapa y le advertí: «Mira, no te lo voy a repetir, a ver si lo pillas: que dejes de mostrar lo bien que guisas, lo bien que escribes, lo lista que eres…, que no necesitas la aprobación de nadie para saber lo bien que guisas, lo bien que escribes, lo lista que eres». El caso es que se lo ha tomado tan a pecho que al preguntarle: «¿Tú no pelas el plátano para comértelo?», me ha contestado: «Para qué, si yo ya sé lo que tiene dentro». Y como es natural, ante semejante chulería lo he disecado; porque desprenderme del ego no puedo, está constituido por mis experiencias y aprendizajes, y por todos los miedos y heridas que haya podido sufrir.   

He leído que el ego busca el reconocimiento, la alabanza, la atención de los demás, que se reconozca su existencia, porque ignora que la fuente de toda energía está en el interior y no fuera de nosotros.

En fin, voy a publicar esto en facebook a ver cómo sigue mi ego. Ahora que, como esté pendiente de si le han puesto comentarios o le dieron al “me encanta”, lo vuelvo a disecar hasta que aprenda.

Mercedes Alfaya.

domingo, 14 de junio de 2020

DEJA DE SER TÚ

           "Deja de ser tú" es uno de los libros del doctor Joe Dispenza cuya lectura tengo pendiente. Sin embargo, al hilo de este título, quería contar algo muy curioso que me sucedió hace tiempo.
         Necesitaba viajar a Córdoba a por unos papeles del Registro Civil. Me pedí un día libre en el trabajo. Viajé en tren, sin prisa, pero sin pausa; precisaba el documento para el día siguiente.

        Al llegar, me dijeron que habían trasladado el edificio al quinto carajo, que es como decir que antes estaba en pleno centro y ahora en un barrio de la periferia. 

        Sin degustar ni un café, por miedo a que hubiera cola o me encontrara con algún impedimento, tomé el transporte público (eufemismo de autobús) que me paseó por toda la ciudad antes de aterrizar en mi destino. "¡Joder! Parece que todo se complica cuando tienes prisa".


       En el edificio, me topé con varias estancias, mucha gente y numerosos carteles con indicaciones precisas al usuario: "Si quiere este papel, tome aquí su turno para las mesas del mostrador 1" "Si quiere este otro documento, tome este otro número para las del mostrador 2" "Si lo que necesita es tata-ti, tata-tá, aquí su número de orden, mostrador 3. La mayoría de la gente tiraba de todos los números y listo, si no era en un sitio, sería en el siguiente.



      Me tocó el 45, mostrador 1.

     ¡A esperar!
     
     Para matar el tiempo (que es un decir, porque en realidad es el tiempo el que nos mata a nosotros), me dediqué a observar lo que ocurría a mi alrededor, no por cotilleo, sino por distracción. En esas, veo que las dos mujeres que atienden la cola del mostrador que me tocó parecen alteradas: gesticulan, hablan fuerte, se enfadan con los usuarios, les dicen de malos modos que faltan documentos; en fin, lo típico cuando hay que lidiar con mucha gente todos los días y el personal carece de preparación al respecto. 

        Sabía que resultaba difícil volver a casa con el papel: dependía de que la persona en cuestión quisiera menear el culo, buscar en los archivos, subir a que lo firmara algún jefe, añadir sello, fecha...; algo que de forma natural y por los cauces reglamentarios, tardaría una semana (como poco), claro que yo necesitaba llevármelo ese día. 

       
       Ahora viene lo mejor...

       En mis observaciones detectivescas, mientras espero turno, descubro que falta gente (vamos que, a veces, aparece el número y nadie acude al reclamo), salta al siguiente y, ya en la mesa, la mujer pasa de comprobar el papelillo de orden, con lo que cabe la posibilidad de colarme ante uno de esos números que no son de nadie. ¡Je! ¡Je! La jugada maestra que conseguiría que mi trámite se resolviera mucho antes de lo previsto y pudiera salir de allí cuanto antes. ¡A por todas, Cenicienta!

         Antes de que esto ocurra, escucho una voz en el oído izquierdo, que es por donde recibimos los buenos consejos: "¿En serio? ¿Eso es lo que quieres hacer? Mira que el Universo te observa y puede salirte caro. Si te tocó ese número, será por algo; y si tienes que esperar, también será por algo".
       ¡Ufff! Cierto. ¿Cómo podía pensar que burlaría las Leyes Universales y saldría ventajosa? Además, La Transparencia es uno de los estados del Ser, y yo pretendía saltármela. ¡Perdón, Universo, perdón!

       Dejé a un lado lo que yo hubiera hecho en estos casos y aguardé mi turno con Transparencia, Humildad, Inocencia y Claridad (que juntos conforman los cuatro estados del Ser). 

       Al rato, aparece mi número en pantalla.
      ¿Cómo es eso, si las dos mesas que atienden este mostrador están ocupadas?, me digo. Y escucho a una chica repetir el número en voz alta. "Sí, es el mío", añado. "Véngase conmigo" me indica ella toda encantadora y luminosa.

     Resultó que la joven volvía de su momento-desayuno para rescatarme de las Rottweiler esas que me habrían asestado todo tipo de impedimentos a la hora de tramitar mi solicitud. ¿Lo ves? 

      La nueva chica, sin embargo, meneó el culo y me facilitó el trámite sin ninguna pega. Y todo, porque aguardé mi turno y dejé de hacer lo que yo hubiera hecho en estos casos (que era emplear la picaresca), lo que propició que mi asunto se desarrollara como tenía que desarrollarse, porque el Universo todo lo hace bien, somos nosotros, con nuestras prisas, nuestra manera de llevar las cosas y ese creernos más listos que nadie, los que añadimos obstáculos al camino.

     En resumen, se puede decir que dejé de ser yo para convertirme en Ser. Bueno, no sé si lo expresé con claridad, más o menos. Lo importante es que volví a casa contenta de haber aprendido algo y con mi papelito bajo el brazo, jeje. 

      PD: Habrá que ver a los adormilados esos que toman los turnos de tres en tres -por si las moscas- si el Universo no les hace volver más de una vez, o les extravía algún documento a ver si despiertan, que luego la culpa siempre es del otro. 

Mercedes Alfaya.

miércoles, 10 de junio de 2020

AHORA CAIGO

Que ¿cómo estoy llevando esto del confinamiento? Bien. Si pienso que me prohíben algo, lo llevaría peor. Así que le digo a mi mente que tranquila, que mi “ego” tendrá respuestas y se verá recompensado siempre que no demande ni exija mucho.
Al ego hay que controlarlo, porque llevamos toda la vida intentando complacerlo y, si vienes tú ahora y le dices “se acabó”, se te va a sublevar o se irá por las nubes. De manera que mejor no lo alteres. Eso sí, poco a poco, intenta restarle protagonismo, que es de lo que se trata.
Lo que más le gusta al ego son las tristezas, las quejas, las discusiones, el pobre de mí…, y todo lo que demande atención. Pero ahí estamos para impedírselo. ¿No me dirán que la tristeza se debe a que no pueden ver a sus seres queridos? ¿Es que antes los veían mucho? ¿Cuándo? ¿Por los cumpleaños, los santos, las navidades?... Pero si ahora preparas una videoconferencia y encima ni te tienes que perfumar. Te arreglas de la cintura para arriba y hasta en zapatillas y sin medias te montas una fiesta... Ah, ¿falta el contacto físico?... Venga ya… Si la mitad de los abrazos son aprendidos, de compromiso, sin mucho calado. A ver cuánta gente te da un arrumaco de oso de los de verdad… No como el “muak” “muak” que ni te roza la cara. ¡Falsistis! Que todo es muy falsitis, y al ego le vale cualquier cosa para salir del paso.
—Pero es que no veo a mi familia hace ya muchos días...
—Mari, hija, que te fuiste el año pasado tres meses a las Maldivas y tu familia se quedó sin verte… (y tú a ellos) ¿Qué me vas a contar…?
Y es que el chantaje emocional lo tenemos bastante aprendidito: Pobre de mí... Ahora mismo llamo a mi amiga y se lo cuento (con lágrimas de cebra en los ojos, una blanca y otra negra, que es como decir: una de verdad y la otra postiza). Y llama y me lo cuenta.
Por cierto, lo de “lágrimas postizas” me da para un relato; me lo apunto.
 —¿Y qué quieres hacer? —pregunto ante su aparente desesperación. Y como ella solo quiere hablar, que la escuchen, que todo el mundo la oiga, que el cielo se apiade de ella, que vean lo sola que está…, pues me dice: ¡Calla que te cuente! Y me lo vuelca todo por teléfono. Termina y dice que me tiene que dejar, porque empieza el “Ahora caigo” en la tele.  ¡Tendrá morro!
Y yo repito una y otra vez el nombre del programa a ver si llego a la conclusión que tengo que llegar…


¡VAYA SUERTE LA NUESTRA!



Como dicen que hay que practicar la resiliencia, estaba pensando que esto de las nuevas tecnologías (bien entendidas y usadas) es lo más de lo más. Porque, a ver… ¿se imaginan la «peste negra» de mediados del siglo XIV donde murió un tercio de la población? ¿Cómo se apañaban entonces para tener a la gente informada acerca de si se podía salir o no a la calle, el número de fallecidos y el avance de la enfermedad…? Y, sobre todo, ¿cómo sería el confinamiento sin tele, sin móviles, sin ordenador…? Porque a mí se me rompe algo y enseguida busco en Google, llamo a un técnico que me guíe…, o si necesito hacer deporte encuentro clases en Instagram, recetas de cocina en Youtube, películas en Movistar o en Netflix, incluso me pego unas zampadas de conferencias sobre el crecimiento personal que me crujo la mente de lo lindo.

También encuentro decoración, talleres de cocina, de escritura…, en fin, entretenimiento, información y hasta viajes virtuales con cámara en 4K donde todo es tan real… Y otra cosa, la importancia de saber cómo van los amigos, la familia, en contacto permanente por Skype, videollamadas, audios…, celebrar cumpleaños en quedada virtual…, una cenita romántica de «cada uno en su casa y Dios en la de todos»  Y si algo se resiste, como hoy, que quería pasar un libro a mi E-book y no había forma, incluso puedo hacer fotos de los pasos que voy realizando para que me guíen desde el otro lado del teléfono: «Mira, me sale esto, ¿dónde pincho?...».
 ¡Madre mía! No me imagino yo a esa pobre gente, sin frigorífico, sin comodidades, sin poder comprar por internet ni hacer transacciones bancarias, sin posibilidad de seguir en teletrabajo o entretener a los niños con juegos, películas, solo la gente metida en casa, con la tranca echada y un par de velas encendidas sin saber si morirían esa noche o no.  

Vaya fortuna la nuestra (a pesar del virus; y del vecino de abajo que se ha tirado toda la tarde arreglando a martillazos una mesa de mierda que tiene en la terraza).
Bueno, les dejo que empieza mi clase de masajear los dedos de los pies con un palillo de dientes.
Hasta pronto.

LO QUE ES AFUERA ES ADENTRO


La chica del supermercado me avisa de que llevo el bolso abierto. —A ver si le roban el monedero —me dice. Le contesto que si alguien me robara tendría que preguntarme dónde me estoy robando yo, porque todo lo que ocurre en nuestra vida nos avisa de lo que está ocurriendo en nuestra vida (creo que se comprende la repetición).
Le cuento que una vez me fui a comprarle ropa a mi hermana, porque siempre se estaba quejando de que no tenía qué ponerse ni disponía de dinero para remediarlo. La verdad es que mi hermana siempre ha recurrido a mi para casi todo.
Sin detenerme a pensar si era yo quien tendría que solucionar sus cosas, saqué dinero del banco y me fui a una tienda de modas. Nada más entrar, una mujer se cruzó conmigo y me advirtió: —¡Llevas el bolso abierto! —Miré y sentí un agujero en el estómago; me habían robado la cartera con mis documentos, el dinero del banco, mis tarjetas de crédito, las del gimnasio, la biblioteca, el tren de cercanías… y una estampita de Santa Gema que encontré en la calle y que guardaba desde mi juventud.
            En ese momento, lo único que se me ocurrió fue maldecir, lanzar improperios contra el ladrón o la ladrona y desearle que necesitara ese dinero que me había robado para cualquier cosa que tuviera que ver con algún accidente que le ocurriera. ¡Madre mía! Vaya ignorante que era yo en ese momento. En lugar de eso, tendría que haberme parado a ver de qué me estaba avisando el Universo con respecto a mí, ¿dónde me estaba robando yo? Claro que, como nadie nos dijo que la única manera que tiene el Universo de mandarnos avisos es por medio de la reproducción de hechos fuera que nos avisan de lo que tenemos que prestar atención dentro. Ahora lo sé y lo reconozco enseguida, yo me estaba robando a mí misma al intentar solucionar los problemas de mi hermana; mucho más cuando yo no me había comprado nada de ropa en meses.
            Desde que aprendí esto, ya nunca pongo la culpa fuera de mí, al contrario, cuando me ocurre algo desagradable, agradezco al Universo que me avise de que algo va mal en mi vida para localizarlo y corregirlo.
            La chica del supermercado me dijo: —¿Entonces, si el cabrón de mi novio me falta el respeto, se supone que tengo que averiguar dónde me estoy faltando al respeto yo?
            Contesté: —¡Eres bastante lista! Llegar a esa conclusión a mí me costó años, mientras que tú lo has pillado en segundos.
—Pues está claro —dijo ella—. El universo me avisa de que no me respeto al comprobar que alguien de fuera (mi novio en este caso) no me respeta. Y yo no me respeto por aguantar ciertas cosas y no poner los puntos sobres las íes en la relación. Si resulta tan fácil como observar lo que ocurre fuera de nosotros para saber lo que necesitamos cambiar dentro, desde luego me voy a poner a estudiar esto con detalle. Y, en cuanto salga del trabajo, agradeceré al Universo que diera la casualidad de que usted llevara el bolso abierto y yo lo viera.
            Le contesté que las casualidades no existen, sino que también son parte del plan de apertura de consciencia que se nos ofrece cada día, si queremos verlo y trabajarlo, claro; porque todo lo de fuera no hace más que avisarnos de lo que ocurre dentro. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

DESPERTANDO (que es gerundio)


¿Recuerdan a la extraterrestre que vino a pasar unos días a la Tierra y de la que hace tiempo que no sabemos nada? Pues, acaba de aparecer en mi salón. No me he asustado, porque ya me lo anunció en sueños (esta gente es muy considerada con los terrícolas). Le pregunto para qué ha venido a visitarme y me dice que quiere despedirse, que nos deja, que ella no se va a encerrar en ningún sitio, que esta “guerra” no es suya.
 ¡¡Plif!!
No me lo puedo creer, ¡ha desaparecido! ¡Jope! ni tiempo me ha dado a sacarle información acerca de lo que está ocurriendo en el planeta…

Haré algo…, voy a intentar conectarme con ella y les cuento…

Acabo de cerrar los ojos… Intento no pensar en nada… El aire entra en mi cuerpo con todo lo bueno y energético que trae del Universo, siento cómo se hincha el bajo-vientre… Ahora, expulso el aire modificado por todo lo que necesito sacar de dentro… Voy a permanecer en esta quietud un rato, hasta que la extraterrestre se conecte por Skype (ah, perdón, que no lo he dicho, le acabo de hacer una llamada desde el ordenador, pero ellos solo atienden si ven que estamos relajados y atentos para procesar la información en momento presente…).
Ahora que lo pienso… igual es eso… que necesitaban contactar con nosotros y elevarnos el nivel de consciencia (que está bastante bajo) y con la vida que llevamos de mensajitos graciosos, telebasura, desconectados de la naturaleza, conectados al móvil, estrés, actividades para que los niños no molesten, compras, más compras, pastillitas para dormir, falta de comunicación, pensamientos tóxicos, comida rápida, falta de proyectos vitales y otras lindezas…, han decidido que no quedaba otra que la de “pararnos en seco”; esta gente del espacio es muy pedagógica y no dudan a la hora de echarnos una mano para que no nos quedemos rezagados en el ranking evolutivo galáctico (iremos a la cola). 

¡Claro! ¡Tiene que ser eso! ¡Ahora me cuadra todo!... Y que la extraterrestre se haya ido con los suyos ante la imposibilidad de ayudar, aunque solo fuera a unos pocos, mientras estuvo aquí.

Menos mal que llevo mucho tiempo preparándome la aceptación, las leyes universales, el ego, los programas, el compromiso con los demás y conmigo misma, los paraqués de todo lo que ocurre, los “desde dónde” se actúa, el propósito divino y el sufrimiento humano; el personaje que somos y la película en la que estamos cada uno. 
En fin, que solo me queda que la extraterrestre se conecte y me diga si vamos bien posicionados, si hay mucha gente que ha conseguido darse cuenta de que su vida era una mierda y está trabajando en ello, porque me da que los días de confinamiento van a depender de lo lento o lo rápido que la gente vaya "despertando".

(PD: si se conecta la extraterrestre y me da algún dato, tranquilos que lo paso).

Mercedes Alfaya.

jueves, 19 de marzo de 2020

CAER ESTÁ PERMITIDO


Como ya dije (y mantengo), yo no tengo miedo a lo que está ocurriendo, porque, si tengo que pillar el virus, lo pillaré, y el proceso será como una gripe (o no, pero eso no está en mis manos, por lo que no me voy a preocupar). Lo que sí quiero decir es cómo me está afectando lo de permanecer encerrada en casa (sin que yo lo eligiera).
Los primeros días, guay, en casa, sin trabajo; nada urgente que resolver, no hay que madrugar, tampoco necesitaba ir al super: más o menos, tengo comida… Pero, el tiempo pasa y esto hay que saberlo gestionar, por lo menos yo.
Reconozco que hace dos días me ocurrió algo extraño: me levanté y, de pronto, me sentí sola. Pensé que necesitaba ver a alguien, la presencia humana, mis amigos, abrazar a mi familia, que sonara el portero automático, el timbre de la puerta…, prepararles un arroz… Ya ven, yo, que presumo de no sentirme nunca sola…, mira tú, ahora viene un bichejo de mierda y me derrumba todo el trabajo que estoy haciendo en favor de mi estabilidad emocional.
El caso es que, la “alarma” saltó en mí sin que yo pudiera controlarla (he buscado información al respecto y parece normal, aunque no existe precedente de confinamiento ni pandemia como esta). En fin, que, a la desesperada, me puse en contacto con las personas que creía podían aliviar un poco este sentimiento tan insólito con el que desperté; lo hice y me ayudó mucho. Lo que no sé es si conseguí confundirlos o alarmarlos con mi actitud, pero bueno, ya pasó.
La situación es la que es, y esto hay que llevarlo bien, porque, de lo contrario, estamos perdidos: la desestabilidad emocional, el miedo, el aislamiento…, nos produce vulnerabilidad, algo que nos convierte en manipulables; además de que hará más daño el encierro, la falta de actividad, de relaciones humanas y de oxigenación que el propio virus; ya te diré yo cuando esto acabe cómo estará la gente a nivel psicológico y de energía. Pero bueno, ahora mismo es lo que hay, y luchar en contra no sirve de nada.
Pues bien, por recomendación de mis hijos, me he puesto a hacer ejercicio físico con ayuda de vídeos que encuentro en Internet. También, un amigo me animó a retomar la escritura de mi novelilla “Pluma Roja”, que lleva tiempo aparcada. Además, como me gusta mucho la cocina, estoy experimentando recetas nuevas, como las alcachofas con almejas de mi compi del trabajo. Y ¿saben qué?... Ahora mismo luce el sol en mi terrada y voy a tumbarme ahí un rato con musiquita zen de fondo; la vitamina del sol que podamos recibir en nuestras  casas es algo de lo que no nos pueden privar, y eso nos aporta el mejor antídoto.


Claro que la estabilidad emocional no podemos basarla en distracciones que nos ayuden en momentos puntuales, porque luego vienen los bajones; esto más bien es un trabajo de tiempo donde aprender a gestionar lo que sentimos, saber por qué y desde dónde actuamos, qué ocurre en nosotros para repetir comportamientos o movernos de forma automática… Un trabajo minucioso al que dedicarle tiempo y plantarle cara, porque la mayor contaminación no está fuera, sino dentro de nosotros, en los propios programas que traemos de fábrica. 

A mí este bichejo me está enseñando mucho, sobre todo a no relajarme, porque ya he visto que vuelvo a caer en las “tentaciones”, como las de venirme abajo sin ton ni son, o pensar que estoy sola, cuando la soledad más grande es no creer en ti mismo (y en todos los recursos de los que dispones).
Con esto quiero tranquilizar-me y afirmo que: vuelvo a la ESTABILIDAD. Porque, como dice la frase: “Caer está permitido; levantarse, obligado”.

Mercedes Alfaya.

domingo, 15 de marzo de 2020

MI REALIDAD


A las personas que me han preguntado por qué digo que este virus es una bendición para mí (y recalco el “para mí”), quería aclararles que ahí, en el escrito anterior, explico los motivos, y que esos motivos están en MI REALIDAD (desde luego), no están en la realidad de otra persona que estará viviendo esto con miedo, con escasez, con otro tipo de problemas. Pero es que, esa es SU REALIDAD. Y yo la respeto, por eso hablo desde la mía, desde la que yo me he construido (porque tu realidad la construyes tú). 

Y, para mí  (desde la realidad que yo elegí que quería vivir) esto no está siendo nada caótico, ni catastrófico, ni lo vivo con miedo. Es una experiencia más que me está enseñando mucho y me está sacando de mi zona de confort para que valore cosas y vea otras que igual no veía, por eso, yo lo tomo como algo positivo y digo que es una bendición. Y reitero que, en MI REALIDAD, la que yo me he construido y elegido, ahora mismo, todo es perfecto y bendecible.
Buen domingo, para quien lo quiera vivir así, claro. Yo, de peliculitas, palomitas, mensajitos, reflexiones y descanso, relax-ch-ch-ch.

Mercedes Alfaya.

sábado, 14 de marzo de 2020

SI HAY QUE HABLAR DEL VIRUS...



A diferencia de lo que quieren trasmitir los gobiernos, para mí, este virus está siendo una bendición. Y digo esto porque, ahora que todo se paraliza, disfruto de mi tiempo, de mí, de mi casa, de mis cosas…, además de que nos va a enseñar a valorar momentos y situaciones a las que antes no dábamos importancia o veíamos como rutinarias; por ejemplo, la labor de los sanitarios. ¡Qué listos son los virus que nos llevan a encontrarnos con nosotros mismos! (y nos proporcionan tiempo para ponerlo todo al día). Además, para ver la bendición de algo, hay que salir del miedo y mirar lo provechoso que podemos saca de ello, porque, ya lo dice el refrán: "Lo que no mata engorda". 

Yo, por ejemplo, no estoy pendiente de las noticias, porque de lo que me tengo que enterar ya me entero (hasta sin querer), pero no voy a dejar que me contaminen ni me distraigan de lo verdaderamente importante. El pánico lo que consigue es que bajen las defensas y entonces ¡zas! abrimos la puerta a cualquier virus. Por eso yo no tengo miedo a NADA (eso para empezar).
También digo que este virus es una bendición porque estoy descubriendo y disfrutando de cosas que nunca incorporé a mi vida, o a las que nunca les presté atención. Es el caso de que lleguen las doce de la mañana de un sábado como este (que siempre me pilla trabajando) y me haya preparado unas aceitunas, patatas y un refresco al son de una musiquita relax; si hay que estar en casa, que sea a lo grande).

        Otra cosa que he aprendido y que me ha venido como Dios es eso de la paciencia; yo tengo poca, sobre todo en los supermercados, cuando la gente se distrae y la cola no avanza. Hoy en Mercadona respiré una paz indescriptible: no podía comprar porque no había casi de nada, así que no necesité ni carro; me movía entre los pasillos como flotando. Tampoco me podía alterar porque las colas eran las que eran, además, ahí fuera no me esperaba nada (todo cerrado); y como tampoco tenía prisa porque no hay nada que hacer…  Pues, relax-ch-ch-ch. Pasé por la sección de perfumería a por unas pinzas para el pelo y al otro pasillo a por un rollo de papel de horno (que todavía quedaban). Y como casi todo está paralizado y la prisa ya no sirve, pues me puse en la colísima, que llegaba hasta Nueva York, y a esperar con una sonrisa (esto ahora es la única distracción,) Y con respecto a lo de usar mascarilla, jamás me la pondría, para un pedazo de virus al que se le está dando tanto poder, una triste mascarilla es como una dulce piruleta (¡¡¡a por ella!!!). Los virus saben hasta latín. Lo que hay que hacer es plantarles cara y que vean que no les tienes miedo (como a los perros que te enseñan los dientes).
        Más ventajas de estas situaciones es que agudizan el ingenio: he visto que mi amiga María José Moreno aprovecha para sortear uno de sus libros, ahora que tendremos muchas horas libres para leer (chapeau, María José, hay que fomentar hábitos saludables).
      Ah, y si te aburres o te sientes solo, vete a Mercadona, aunque no tengas ya nada que comprar, porque ahí siempre hay gente.

        Mercedes Alfaya.

sábado, 7 de marzo de 2020

EL DELANTAL DE LA RENUNCIA


Asistí a una conferencia donde el tema principal era “La paz interior”.
En resumidas cuentas, la paz interior se alcanza cuando aprendes a aceptar y dejas que ocurra lo que tenga que ocurrir. Pero, claro, habrá quien diga: “Entonces, para tener paz no necesito hacer nada. Ni asistir a conferencias, ni trabajarme el ego, ni borrar los programas adquiridos, ni buscar en la niñez…”. Eh, eh, eh…, que no hay más listo que el que no quiere andar (bueno, no era así la frase, pero es lo que se me ha ocurrido).
Vayamos por partes, dijo Jack el Destripador (que se escribe con mayúscula, porque no es cualquier Jack, sino ese).

Para alcanzar la paz interior (sin confundir con “me la suda") lo primero que hay que hacer es renunciar a muchas cosas; sería como despojarnos de esa costra con la que nos movemos, para llegar a la auténtica piel suave y rosada que nos pertenece (o algo así, porque todavía estoy en ello).  
Hoy, por ejemplo, me he colocado el delantal de la renuncia. Y, aunque las palomitas de colores todavía no las anoté como desechables, sí que me hice una lista de cosillas a las que voy a renunciar para ir tomando impulso y ver si puedo alcanzar ese estado en el que ya no hay que hacer nada, solo fluir:
            Renuncio a culpar a nadie por las cosas que suceden.
            Renuncio a cumplir funciones que ya no me corresponden.
            Renuncio a discutir sobre ninguna cosa.
            Renuncio a demostrar que tengo razón.
            Renuncio a temer sobre mis seres queridos (cada cual está en su proceso de vida).
            Renuncio a seguir anotando mis renuncias, porque me voy a tomar un café…, que tengan buena tarde.

        Mercedes Alfaya.

viernes, 6 de marzo de 2020

NADA PARA SEPTIEMBRE



Lo de volverme imperturbable es lo que más me gusta trabajarme. ¡Cómo cambia todo!
Ayer, por ejemplo, preparé un arroz con marisco para Aroa y para mí: sus almejitas, sus gambitas, sus calamaritos, su pez de limoncito…, hasta unas alcachofitas le eché. Todo guisado con amor y consciencia. Pues, viene la niña del instituto a las tres y cuarto de la tarde, lo prueba y dice: —Este arroz no me gusta.
¿¿¿Quéeeee??? Con el arroz en su punto, ni frío ni que queme, en el platito de flores y con el cubierto reluciente. Agggggg!!!!!Eso es lo que hubiera dicho en otro nivel de consciencia. Le habría chillado, le habría obligado a comérselo o habría llamado a su madre (por ese orden). Pero no, porque todo eso formaría parte de mi ego, de lo que me dijeron que había que hacer si el niño desprecia la comida, pero todo eso son programas impostados, porque la cosa no va por ahí. Mi ego no se va a alterar por eso, porque yo tampoco me como lo que no me gusta y no me grito ni llamo a mi madre. No, hija, no. La imperturbabilidad te da una paz que yo digo que está fuera de este mundo. Y no es conformarse o resignarse, es solo eso: no perturbarse POR NA-DA.
—Entonces, ¿qué quieres comer? —pregunté. Ella dijo que huevos con patatas. Ya ven, ponle amor a la cocina que ya vendrán los huevos con patatas para desmontártelo todo. Pues, hala, ahí van los fritos, que te aprovechen. Y me quedé tan pancha. Sí, que se los tendría que haber preparado ella, pero eso ya me lo estoy trabajando como siguiente asignatura.
            El arroz se quedó en el plato, y para no escucharlo protestar, le coloqué otro plato encima y lo metí en la nevera. Que no, que no, que el alterarse por lo que ocurre o no ocurre lo único que propicia es que sigan ocurriendo cosas que me perturben hasta que apruebe (y yo no quiero dejar nada para septiembre).

Mercedes Alfaya.

miércoles, 4 de marzo de 2020

LOS PROGRAMAS



Tengo un cuaderno donde anoto cosillas para recordar, aprender o superar. Lo acabo de abrir y esto es lo que salió escrito:
“Todavía me queda aprendizaje, sobre todo el evitar que me moleste si me envían un vídeo que no me apetece ver, me mandan una página para que lea una noticia que no me interesa o me informan de lo que dice la tele sobre el virus ese al que yo no le presto atención, por no darle energía (si me infectara, sería porque me tendría que infectar; pero yo no me voy a preocupar por algo que ahora mismo no está en mi vida)”.

Bueno, a lo que voy… Aquí, en mi cuaderno, también dice esto otro:

“Si todavía cedo ante cosas que no quiero hacer, es por miedo al rechazo; algo que está ahí incrustado en mi niña interior. De pequeños, aprendemos supervivencia, porque nadie nos enseña otra cosa. Mentimos para librarnos del castigo y también por ese miedo a que nos aparten del grupo, de la familia, de la comunidad... Cedemos a todo por miedo. Y es en ese momento, de pequeños, cuando entendemos que había que hacerlo así (ceder, mentir…) para que nos siguieran queriendo y no nos rechazaran. Y con eso, se grabó un programa dentro de nosotros que sale ahora, porque lo llevamos dentro y no lo hemos resuelto. Y yo pienso: ante esto ¿qué puedo hacer? Creo que lo mejor es permitir que salga la niña interior y, cuando aparezca algo que me incomode o me produzca rechazo, decir: ¡Ostras! ya está aquí la niña Mercedes que, como no se lo permitieron de pequeña, ahora se lo permito yo”.
            Eso es lo que pone en una de las hojas de mi cuaderno. Ahora voy a trabajarlo, porque no es tan fácil (tampoco es tan difícil). Lo que hay es que ser conscientes de los programas que llevamos grabados desde que éramos unos críos. Y todo por miedo a…, pero que ya no nos debería asustar nada: «Esta soy yo, le guste a quien le guste, porque, a quien le tengo que gustar es a mí».

Mercedes Alfaya.