domingo, 14 de junio de 2020

DEJA DE SER TÚ

           "Deja de ser tú" es uno de los libros del doctor Joe Dispenza cuya lectura tengo pendiente. Sin embargo, al hilo de este título, quería contar algo muy curioso que me sucedió hace tiempo.
         Necesitaba viajar a Córdoba a por unos papeles del Registro Civil. Me pedí un día libre en el trabajo. Viajé en tren, sin prisa, pero sin pausa; precisaba el documento para el día siguiente.

        Al llegar, me dijeron que habían trasladado el edificio al quinto carajo, que es como decir que antes estaba en pleno centro y ahora en un barrio de la periferia. 

        Sin degustar ni un café, por miedo a que hubiera cola o me encontrara con algún impedimento, tomé el transporte público (eufemismo de autobús) que me paseó por toda la ciudad antes de aterrizar en mi destino. "¡Joder! Parece que todo se complica cuando tienes prisa".


       En el edificio, me topé con varias estancias, mucha gente y numerosos carteles con indicaciones precisas al usuario: "Si quiere este papel, tome aquí su turno para las mesas del mostrador 1" "Si quiere este otro documento, tome este otro número para las del mostrador 2" "Si lo que necesita es tata-ti, tata-tá, aquí su número de orden, mostrador 3. La mayoría de la gente tiraba de todos los números y listo, si no era en un sitio, sería en el siguiente.



      Me tocó el 45, mostrador 1.

     ¡A esperar!
     
     Para matar el tiempo (que es un decir, porque en realidad es el tiempo el que nos mata a nosotros), me dediqué a observar lo que ocurría a mi alrededor, no por cotilleo, sino por distracción. En esas, veo que las dos mujeres que atienden la cola del mostrador que me tocó parecen alteradas: gesticulan, hablan fuerte, se enfadan con los usuarios, les dicen de malos modos que faltan documentos; en fin, lo típico cuando hay que lidiar con mucha gente todos los días y el personal carece de preparación al respecto. 

        Sabía que resultaba difícil volver a casa con el papel: dependía de que la persona en cuestión quisiera menear el culo, buscar en los archivos, subir a que lo firmara algún jefe, añadir sello, fecha...; algo que de forma natural y por los cauces reglamentarios, tardaría una semana (como poco), claro que yo necesitaba llevármelo ese día. 

       
       Ahora viene lo mejor...

       En mis observaciones detectivescas, mientras espero turno, descubro que falta gente (vamos que, a veces, aparece el número y nadie acude al reclamo), salta al siguiente y, ya en la mesa, la mujer pasa de comprobar el papelillo de orden, con lo que cabe la posibilidad de colarme ante uno de esos números que no son de nadie. ¡Je! ¡Je! La jugada maestra que conseguiría que mi trámite se resolviera mucho antes de lo previsto y pudiera salir de allí cuanto antes. ¡A por todas, Cenicienta!

         Antes de que esto ocurra, escucho una voz en el oído izquierdo, que es por donde recibimos los buenos consejos: "¿En serio? ¿Eso es lo que quieres hacer? Mira que el Universo te observa y puede salirte caro. Si te tocó ese número, será por algo; y si tienes que esperar, también será por algo".
       ¡Ufff! Cierto. ¿Cómo podía pensar que burlaría las Leyes Universales y saldría ventajosa? Además, La Transparencia es uno de los estados del Ser, y yo pretendía saltármela. ¡Perdón, Universo, perdón!

       Dejé a un lado lo que yo hubiera hecho en estos casos y aguardé mi turno con Transparencia, Humildad, Inocencia y Claridad (que juntos conforman los cuatro estados del Ser). 

       Al rato, aparece mi número en pantalla.
      ¿Cómo es eso, si las dos mesas que atienden este mostrador están ocupadas?, me digo. Y escucho a una chica repetir el número en voz alta. "Sí, es el mío", añado. "Véngase conmigo" me indica ella toda encantadora y luminosa.

     Resultó que la joven volvía de su momento-desayuno para rescatarme de las Rottweiler esas que me habrían asestado todo tipo de impedimentos a la hora de tramitar mi solicitud. ¿Lo ves? 

      La nueva chica, sin embargo, meneó el culo y me facilitó el trámite sin ninguna pega. Y todo, porque aguardé mi turno y dejé de hacer lo que yo hubiera hecho en estos casos (que era emplear la picaresca), lo que propició que mi asunto se desarrollara como tenía que desarrollarse, porque el Universo todo lo hace bien, somos nosotros, con nuestras prisas, nuestra manera de llevar las cosas y ese creernos más listos que nadie, los que añadimos obstáculos al camino.

     En resumen, se puede decir que dejé de ser yo para convertirme en Ser. Bueno, no sé si lo expresé con claridad, más o menos. Lo importante es que volví a casa contenta de haber aprendido algo y con mi papelito bajo el brazo, jeje. 

      PD: Habrá que ver a los adormilados esos que toman los turnos de tres en tres -por si las moscas- si el Universo no les hace volver más de una vez, o les extravía algún documento a ver si despiertan, que luego la culpa siempre es del otro. 

Mercedes Alfaya.

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