martes, 15 de febrero de 2022

ENAMÓRATE


 Ahí dice: Arroyo de la Miel Enamora.

Y yo digo: La magia está en los niños (saca el tuyo, el que llevas dentro, y enamórate de quien realmente eres; ya verás como todo se ilumina).

miércoles, 9 de febrero de 2022

SERÉ BREVE, SERÉ BREVE (dijo la saliva a la plancha


Hola, quería contaros algo. Intentaré ser breve, aunque no sé si lo conseguiré.

Ayer viví un momento especial. Bueno, mucho más que especial. Lo que ocurrió será mejor que lo cuente desde el plano terrestre, porque si lo hago desde donde yo lo sentí, igual me encierran por no cumplir con los cánones establecidos en lo cotidiano o por transgredir la forma en la se supone que ocurren las cosas en la densidad. Verán ustedes. Ayer, como casi todos los días, salí a caminar por el pueblo: hay que cuidar la salud. Cuando estaba a punto de llegar a casa (que serían las siete de la tarde) me acordé de los caramelos Malvavisco, que me encantan. Me di la vuelta hacia calle Alcalde Antonio García (junto a calle Las Flores) donde está la herboristería de Mari Pepa, que se llama «La Naturaleza». Nos saludamos, compré los caramelos y nos pusimos a charlar. 

       En fin, a lo que voy, que me enrollo como las alfombras en verano.

      Resulta que mientras hablaba con Mari Pepa de lo humano y lo divino, entra en la tienda una persona, un hombre. Saluda. Saludo. Y dice: «Te conozco. Tú eres Mercedes Alfaya». ¡Eh! ¡Ah, sí! Ya sé quién eres. Me alegré de verlo y de que se acordara de mí. Mari Pepa añade: «Es que a ti te conoce mucha gente aquí». «Eso es lo que tú dices!», contesté sonriente. Y ocurre que entra una mujer. Mari Pepa la atiende y veo que esa mujer se me queda mirando mientras sigo en conversación con la otra persona, con el hombre. Por cortesía me dirijo a ella y digo: «Perdona que te hable también a ti, ya que con tu mirada te has unido a la conversación». Y dice la mujer: «Es que yo te conozco. Tú eres Mercedes». ¡Ay! Madre. Ja, ja. Mari Pepa y yo nos moríamos de la risa. «¿No decías que no había tanta gente que te conociera?…».

            A partir de ahí, algo mágico ocurrió entre nosotros dentro de la herboristería de Mari Pepa. Allí se formó una especie de burbuja que nos aisló del exterior y nos sumergió en una conversación en la que no contaba ni el tiempo ni el espacio, y en la que lo cotidiano y lo divino pasaron a un segundo plano, porque estábamos muy por encima de todo eso.

       Conversando nos dimos cuenta de que conectábamos y sintonizábamos entre nosotros de una manera sorprendente. Escuchábamos al otro como si fuéramos nosotros mismos. Lo que le ocurría nos llevaba a recordar algo que también nos había ocurrido a nosotros. Hablábamos y, a la vez, tomábamos consciencia de que era a nosotros mismos a quien le hablábamos. Resolvimos cuestiones y otras tantas a las que, hasta ese momento, ni siquiera le habíamos prestado atención en nuestra vida. Escenas, señales, matices que, a no ser porque aparecían ahora en nosotros o en el otro, nos habrían pasado desapercibidos. 

     Incluso, en nuestra memoria, surgían historias acontecidas con familiares y amigos haciéndonos caer en la cuenta de lo mucho que aportaron a nuestra vida desde lo negativo de su actitud. Nos dimos cuenta del gran trabajo con el que nos tocaba lidiar y del que no hubiéramos sido conscientes si no fuera por la presencia de estas personas, a las que, de manera ignorante, culpábamos de nuestro sufrimiento o malestar; cuando tendríamos que haberlas considerado verdaderos maestros para nuestro aprendizaje.              Afloraron en nosotros escenas de vida incomprensibles en las que nos vimos abocados sin razón y que, ahora, en ese instante, comprendíamos el porqué estuvieron ahí. En ese momento, el otro era yo, yo era el otro, su historia era mi historia, y la mía suya. Todos éramos nosotros y ellos al mismo tiempo. ¡Increíble experiencia!

      Ajena a nuestra especie de burbuja de tiempo, tras los cristales, la tarde se desvanecía sin que nosotros tuviéramos consciencia de nada que no fuera ese pequeño espacio que habíamos creado juntos y en el que nos movíamos ingrávidos, casi flotando.  Llegamos a la conclusión de que algo muy fuerte nos había reunido esa tarde en la herboristería de Mari Pepa como una señal de que no estamos solos, de que el otro también soy yo, con los mismos miedos, las mismas heridas, las mismas incertidumbres y certezas…, y de que somos capaces de algo tan potente como pararlo todo en un instante y que aparezca lo que necesitamos: como la presencia de otras personas en sintonía con nosotros y un espacio genuino y especial (como la herboristería de Mari Pepa) donde establecer la comunicación que nos llevará a nuestro interior, que es el sitio donde se encuentra la salida al atasco.

     Y fue que, entre todos, relatamos experiencias sorprendentes y curiosas que nos habían ocurrido y que prometí recoger en a libro (mi nuevo proyecto), junto con todos los testimonios de experiencias sorprendentes y curiosas que (a partir de hoy)  la gente me quiera contar.

     Añadir solo la parte más surrealista y mágica de todo esto. Lo explico así: Mientras nosotros seguíamos con nuestra charla, ajenos a lo que ocurría tras los cristales de la tienda, la tarde se fue desperezando. Cerraron la panadería de enfrente, el bar de la esquina y la lotería. Disminuyó el fluir de los coches y de los transeúntes con prisas. La calle se volvía solitaria,  silenciosa. Sin embargo, una luz se mantenía encendida por encima de todo eso: la luz de la herboristería de Mari Pepa con nosotros dentro.

       Cuando nos dimos cuenta, el reloj marcaba más de las doce de la noche. ¿Y qué?

     Salimos para que Mari Pepa pudiera cerrar la tienda y lo único despierto en aquel momento eran las cándidas farolas de la calle. Nos abrigamos, aunque no nos fuimos. Continuábamos la conversación delante de la persiana adormecida de la tienda. No sé si fue verdad o imaginación, pero juraría que vi cómo bostezaba la papelera de la esquina. Seguimos conversando (bajito) como si algo mucho más fuerte que nosotros nos hubiera unido en aquel espejismo donde cada uno era el otro y todos al mismo tiempo.

     Llegó la despedida.

    No hubo testigos (ya no quedaba nadie en las calles), prometimos trabajar en todo lo que habíamos aprendido. Mari Pepa me alargó a casa en su coche y yo le dije que su herboristería era mágica y que toda persona que atravesara sus puertas en adelante recibiría el regalo de sentirse especial. Que así sea.

Cuando entré en casa el reloj marcaba la una de la madrugada. ¿Y qué?