DEJA QUE LA VIDA OCURRA
Reconozco que he
necesitado que mi personaje pasara el duelo de la “pérdida”, antes de situarme
en una perspectiva que me permitiera mirar la vida desde la realidad y la
claridad infinita que conecta con eso que llamamos «Aceptación» que no es
otra cosa que dejar que la vida ocurra.
Dice David Del Rosario que la vida es un proceso inteligente
y autodirigido en el que tenemos motivos de sobra para confiar.
A mí, esto de confiar en la vida me ha costado
un poco después de que el 26 de diciembre de
2020, mi hermana, año y medio más joven que yo, se haya ido al cielo (como se suele decir). Pero, bueno, yo de la muerte todavía sé poco (lo
escribo en positivo para evitar las negaciones que dirían: no sé mucho). El
caso es que, mi hermana, físicamente, ya no está. ¿Que si lloré?... No
había consuelo para mí, y dejé que esto ocurriera para dar salida a toda la
impotencia, la tristeza, la amargura, el sinsentido… que experimenté dentro
cuando mi hermano, que estuvo con ella hasta el final, me llamó desde Córdoba
(después de varios días acompañándola en la UCI) para comunicarme, roto de
dolor: “Ya se fue”.
Después del viaje, el funeral, el encuentro
con la familia y volver a casa, me llegó un periodo que no sabría definir: una especie de serenidad con momentos de derrumbe, miradas al horizonte en busca de
respuestas, silencios prolongados, falta de motivación o reproches
en forma de: «Tendría que haberla escuchado más; igual aquel día me quiso decir
algo y no le presté atención; la podría haber ayudado en esto, en lo otro…».
¡Nada! Ganas de mortificarme y comerme el coco ante lo que hubiera querido que ocurriera y lo que de verdad es el propósito de lo que ha de ocurrir.
Mi falta de aliciente repentina (sobre todo
cuando me voy a la cama, y el miedo y la incertidumbre me
asaltan) lo ha percibido enseguida mi amiga (la que siempre está ahí como una
enviada del otro lado para ayudarme a crecer). Sus mejores palabras con
respecto a la vida (a mi vida) han sido: «La confianza y el miedo son incompatibles». Y
para retomar esa confianza en mí, en la vida, en el propósito que alberga todo
lo que existe (y que yo acababa de perder por un acontecimiento inesperado como
es el que mi hermana ya no esté) mi amiga me ha regalado el libro de este chico, científico, David del Rosario:
«El libro que tu cerebro no quiere leer» y que contiene afirmaciones
tan asombrosas como esta: «… los más aptos no son los que se adaptan al
entorno, sino aquellos seres que consiguen adaptarse con éxito al proceso de la
vida».
Por eso, hoy me senté al sol de mi terraza con un
cafelito y un incienso (me gusta el olor de los inciensos), tomé mi libro y me
puse a leer, convencida de que en el presente se encuentra todo lo que necesito
para fluir con la vida. Di gracias a mi amiga por estar atenta a lo que
necesito en cada momento; y a mi hermana, por haber sacrificado quizás algún
tiempo más en esta dimensión para mostrarme con su silencio eterno que lo importante es la conexión con el presente y el disfrutar de regalos como la sabiduría de un libro, el valor de la amistad, el resplandor plateado del mar en el horizonte,
la caricia del sol en el rostro, y todo lo que necesito para fluir y dejar que
la vida ocurra (incluso en medio de eso que mi cerebro atrae para que viva la incertidumbre y renuncie a la confianza).
Gracias, hermana, buen viaje a las estrellas.