miércoles, 29 de julio de 2020

SERÁ POR ALGO




La Aceptación es una asignatura que casi todos tenemos pendiente, entre otras cosas porque la confundimos con esa otra de nombre “resignación” (la escribo en minúscula para quitarle valor; la resignación hay que erradicarla).  
Para que exista una Aceptación (con mayúscula), lo primero que tiene que haber es una comprensión de por qué me ocurre lo que me ocurre, o por qué ocurre en mi vida lo que ocurre. La comprensión enseguida te lleva a la Aceptación. Pero, bueno, que esto parece una clase aburrida con una maestrilla de pacotilla (valga la rimilla). Pasemos a explicar la práctica (que será lo que nos lleve a la sabiduría).
Por ejemplo, me enteré de que iban a cerrar la piscina de mi urbanización, porque encontraron un brote de covid en un instituto donde se daban clases de verano y que está cerca de aquí. Toooodo el año esperando que abran la piscina para disfrutarla ¿y ahora esto?, me dije. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que me estaba examinando de la asignatura Aceptación y pensé: El cabreo ¿me sirve para algo? Pero, claro, el resignarme tampoco me servía. Entonces comprendí que la Aceptación me liberaba, me daba paz y me permitía disfrutar de la piscina el tiempo que siguiera abierta hasta que la cerraran (no he sentido el agua con más placer que en ese momento).
Por cierto, para la Aceptación, hay que tener en cuenta dos máximas (principio, regla o proposición, generalmente admitida por los que profesan una facultad u oficio):
1.- Saber que todo lo que ocurre en nuestra vida trae un propósito de aprendizaje para nosotros (aunque nuestro personaje no lo comprenda).
2.- Todo lo que temo lo atraigo.
Dicho esto, ¿cuál es el problema? Y alguien dirá, bueno, es que lo de la piscina no tiene nada que ver con otras circunstancias “más graves” que nos pudieran ocurrir, como una enfermedad, una pérdida, un accidente… Y, aunque parezca frío, te vuelvo a remitir a las dos máximas: 1.-Si llegó a tu vida es para que aprendieras algo, aunque tu personaje no lo acepte (luego hablaremos de la muerte) 2.- ¿Estás seguro de que no lo atrajiste con tus miedos?... Y, ahora, añado unas cuantas preguntas más: ¿Puedes hacer algo?... ¡hazlo! ¿No puedes hacer nada?... Acéptalo.

Aceptar trae paz. Y, sobre todo, ayuda a aprobar la asignatura donde se presente.
Si hablamos de la muerte como un suceso trágico es que no nos hemos enterado de nada, porque en este planeta necesitamos un traje para habitar la 3D y lo único que hacemos es dejar aquí el traje cuando termina la experiencia, pero, vaya, si no lo ves así, permítete el duelo, y luego acéptalo, te traerá paz.
Yo no quiero hablar muy alto, porque siempre que digo ¡aprobé!, me viene un imprevisto que me descoloca, aunque, intento que me dure lo que una pompa de jabón en el aire, porque, enseguida tiro de mis apuntes y me pongo a estudiar la Aceptación, que es “durilla”, pero muy gratificante.
Por cierto, la piscina de mi urbanización sigue abierta (todavía). Y lo mejor es que no temo a que la cierren, porque si ocurre, no pasa nada, será por algo.

¡Uy! Se me ha ocurrido una idea fantástica: me voy a comprar una camiseta y le diré a la chica de la fotocopiadora que me grabe delante: SERÁ POR ALGO. Así no se me olvidará esta otra máxima, jejeje (yo la Aceptación la apruebo con matrícula aunque me cueste, ya verán…).

Mercedes Alfaya.

martes, 21 de julio de 2020

¡COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA!


He aprobado con nota algunas asignaturas que tenía pendientes, como la Humildad, la Paciencia y la Compasión, de las que me examiné estos días.
Las asignaturas para nuestro crecimiento personal son muy curiosas, porque las imparten “profesores” que tenemos cerca. Por ejemplo, la asignatura Tolerancia la trabajo todos los días con el vecino de al lado, que no deja de dar la lata pensando que vive solo en el bloque (es un decir, que mis vecinos son muy buenos).
La asignatura Paciencia la tengo con la chica de la cafetería de la esquina, que tarda en atenderme lo que yo tardo en comprender que la muchacha no da para más.
La asignatura Compasión la trabajo con todas las personas que, con su ignorancia y sus programas adquiridos, solo tienen una manera (la suya) de mirar el mundo y, además, intentan imponerla a toda costa.
 La Humildad la repaso mucho, porque no faltan momentos en los que hay que dejar a un lado el ego y comprender que las personas actúan como actúan porque es lo que han aprendido, pero eso no tiene por qué afectarme ni tengo por qué estirar el cuello ante nadie; que hasta hace bien poco yo también andaba necesitada de elogios y presumiendo de todo.
En fin, que la mejor nota la he sacado con mi hermana, que estuvo unos días en casa. Por lo general, yo me desespero (me desesperaba) mucho con ella, porque tiene una forma de ser y hacer que me encrespa los nervios; bueno, ella no me encrespa nada, soy yo la que se encrespa sola. Por ejemplo, le pregunto si quiere gazpacho y me dice que sí. Me pongo a pelar los tomates y me la veo a medio metro de mí, con un vaso en la mano y el cazo en la otra mano, esperando, sin parpadear, como una esfinge en el desierto, cuando yo todavía no había sacado ni la batidora. ¿Irritante? ¡Nooo! La miré con mucho amor y con el dedo índice le empujé despacito hacia atrás: «Ponte ahí, que todavía no está el gazpacho listo». ¿Para qué me voy a crispar? Ella es así, ya está.
Por la noche, le digo que me voy a la cama y, al rato, cuando ya estaba pillando el sueño, abre la puerta de mi habitación para darme una toalla del tendedero: «Es que ya está seca», me dice, ¡¡¡como si no hubiera un mañanaaaaaaaa!!! Santo Cielo, ¡¡¡¿es que no te puedes esperar al día siguiente?!!!!  No, ella es así. Entonces le digo que gracias, que la deje a un lado de la cama, le tiro un besito de buenas noches y me pongo a rezar el Jesusito de mi vida, eres niño como yo…, sin irritarme, que ya quiero ir aprobando asignaturas, que las tengo casi todas suspensas.
Este año escapo bien. Entre la Mariflori del escrito anterior y mi hermana, me he “chupao” un curso sin enterarme. A ver qué pasa mañana con la piscina de la urbanización, que dice la mancomunidad que igual la cierran por un brote nuevo del covid (lo puse en minúscula para quitarle fuerza), ¡con lo que a mí me gusta el agua! Espero poder bañarme todo el verano, porque el invierno es muy largo y parece que trae cola. Y si la cierran, a ver si apruebo la asignatura que peor llevo: la Aceptación, y que no me quede nada para septiembre.

Mercedes Alfaya.

domingo, 19 de julio de 2020

TENGO AL EGO DISECADO




            Tuve una conversación seria con mi ego. De hecho, no le dejé publicar nada en este tiempo. Me decía: Escribe, que hay gente a la que le gusta leerte», y yo le contestaba: «Escribiré cuando me apetezca y tenga algo que decir». Vamos, que ya no puede ser, a mi ego hay que atarlo corto y bajarle el yo, mí, me, conmigo, todo yo, yo…, y que los malos son los otros. ¡Venga ya!

            Le hice ver por qué se siente ninguneado, se enfada si no le prestan atención y necesita destacar en todo. Y lo más importante: ¿de dónde le vienen esas carencias? Porque, todo eso está ahí escondido, incrustado en mí y salta cuando se activa el programa del ego. Por ejemplo, vienen unos amigos a comer a casa y a Mariflori la llaman por teléfono… ¿Será normal que la muchacha se vaya a otra habitación a hablar con la amiga todo el rato que quiera y nos deje ahí plantados como si no existiéramos? (pura ironía, claro). Pues mi ego eso lo lleva fatal: «Perdona, guapa, si te vas a poner a hablar con tu amiga, el postre te lo pierdes, que yo no soy sirvienta de nadie», bueno, es un decir, que al final le ofrecí el cuenquito de yogur de soja, arándanos naturales, manzana picadita, frutos secos y media cucharadita de miel de eucalipto con tintes de menta.

El caso es que mi ego tiene que darse cuenta de que los demás están ahí para mostrarme aquello que todavía no tengo resuelto. Y, en lugar de comprenderlo, se me pone borde: «¡A la Mariflori no la invites más!». Pero ¡qué dices! ¿De qué vas?...
Y fue cuando agarré a mi ego por la solapa y le advertí: «Mira, no te lo voy a repetir, a ver si lo pillas: que dejes de mostrar lo bien que guisas, lo bien que escribes, lo lista que eres…, que no necesitas la aprobación de nadie para saber lo bien que guisas, lo bien que escribes, lo lista que eres». El caso es que se lo ha tomado tan a pecho que al preguntarle: «¿Tú no pelas el plátano para comértelo?», me ha contestado: «Para qué, si yo ya sé lo que tiene dentro». Y como es natural, ante semejante chulería lo he disecado; porque desprenderme del ego no puedo, está constituido por mis experiencias y aprendizajes, y por todos los miedos y heridas que haya podido sufrir.   

He leído que el ego busca el reconocimiento, la alabanza, la atención de los demás, que se reconozca su existencia, porque ignora que la fuente de toda energía está en el interior y no fuera de nosotros.

En fin, voy a publicar esto en facebook a ver cómo sigue mi ego. Ahora que, como esté pendiente de si le han puesto comentarios o le dieron al “me encanta”, lo vuelvo a disecar hasta que aprenda.

Mercedes Alfaya.