martes, 30 de noviembre de 2021

SURREALISTA Y DIVERTIDO


¡Buenísimo! Lo cuento porque representa la diferencia entre irritarse, pasar un mal rato, discutir con el tipo del banco o sacar las palomitas (ficticias) y disfrutar de la obra, como en el teatro.  Opté por lo segundo.

─Pase, tiene hora con uno de nuestros gestores.

No sé para qué necesité entrar en un despacho a retirar mi tarjeta de crédito nueva (tuve que anular la otra por un percance). El caso es que, de entrada, el tipo ni se dignó ofrecerme asiento. Yo solita me senté por mi cuenta. Me preguntó cuál era el motivo de mi visita y cuando le explicaba que solo quería retirar mi tarjeta nueva, entró una empleada, sin llamar ni nada y me interrumpió del tirón. Me quedé así, con la boca abierta, cara de acelga escurrida y las palabras colgando del borde de la lengua. Le comentó al hombre algo de un seguro y se fue. ¡¡Alucino, vecino!! Ni clientes ni educación ni pepinillos en vinagre. A lo suyo. Traté de retomar el tema, pero el hombre ya ni me escuchó. Se levantó y salió del despacho sin más explicaciones. Y me volví a quedar con el labio colgando y con cara de “Beta vulgaris” que es el nombre científico de las acelgas. Aproveché para soltar una carcajada y echarme palomitas a la boca; esta obra promete, me dije.

            El hombre volvió con mi tarjeta, que ya la podría yo haber recogido en el mostrador, pero, claro, me habría perdido la comedia. ¡Qué va! ¡Qué va! Si es que no tenía desperdicio.

Le indiqué que me revisara, por favor, las comisiones que me cobraban, demasiado altas. El tipo se encrespó  y dijo que, si no me parecía bien, que me cambiara de banco. Solté otra carcajada. Le dije que eso era muy bueno, que ni se me había ocurrido. Traté de explicarle que… No me dejó hablar. Era evidente que habitábamos ondas distintas, aunque no me importaba en absoluto. Así, del tirón, me entregó 65 folios (de papel reciclado, eso sí) y un bolígrafo con el nombre del banco para que firmara que estaba de acuerdo en todo y también que me entregaba mi tarjeta nueva. Ahí es cuando ya me destornillé de la risa.

─Perdone,  ¿usted quiere que firme esto sin leerlo?

─Si quiere, lo puede leer antes, pero, vamos, no es nada nuevo.

─¡Ay, madre! Surrealista y divertido ─dije sin parar de reír─. No se preocupe, me tomaré unos días libres esta semana con la exclusividad de leerme las 65 páginas que me entrega. Si veo que algo no me queda claro, ya pido cita otra vez con usted y me lo aclara, total, como también tengo que venir a poner la hoja de reclamaciones (y saqué la mano abierta libre de guante para despedirme).

Y es que, a poco que uno tome asiento en “el patio”, se lo pasa bomba, porque todo está de circo. Desde luego, tramitaré el cambio de banco, aunque, si quieren que me quede, será con una condición: que el tipo este me haga MÁS la pelota, al estilo “Pretty Woman”, pero vestido de Aladín. ¿Mosquearme yo? ¡Qué va! Ocuparme, en vez de preocuparme. Y pasarlo bien.  Por cierto, vaya pulserita chula la del tipo del banco, cuero trenzado con broche de acero (Viceroy) y en la muñeca derecha, la de manejar el ratón, que se vea bien. ¡Me encantó!

martes, 23 de noviembre de 2021

Historias de azúcar


 ¿Por qué dejé a mi novio? Muy sencillo: me impedía hacer las cosas que me gustan. Por ejemplo, ponerme bizca delante de los escaparates con dulces, o fingir un desmayo al cruzarme con un chico cañón. Tampoco tenía paciencia para la cola de las castañas, incluso tosía con el humo. ¡Pero si el humo del puesto de las castañas es de cuento! Qué tío tan raro. Así no se puede. 

Mis amigas dicen que estar sin novio es como si te faltara el bolso. Vaya chorrada. Comparar un novio con un bolso ya dice mucho de las personas. Tendré que prescindir también de mis amigas, no van conmigo. ¡Pues te quedarás sola! ¿Quién dice eso? A ver, defíneme quedarse «sola». Conozco a multitud de gente que vive rodeada de amistades, hijos, primos, hermanos, compañeros de trabajo…, y van y le dicen a su psiquiatra que se sienten solos. Desde luego, ahí lo han clavado: no es lo mismo «estar» que «sentirse». Además, ¿para qué quiero yo un montón de gente a mi alrededor si, cuando estoy en mi onda, ponen cara de haber chupado un limón o apretarles el zapato. Que no, que no. Que ya salí de las faldas del mundo para que ahora me quieran encorsetar en una relación tóxica. Defino lo que significa para mí una relación tóxica: «Cariño, ¿por qué tardas tanto en la peluquería? Es más, ¿por qué en lugar de ir a la peluquería no te peinas en casa? Incluso, no hace falta que te peines, a mí me gustas así». ¡Socorroooo! Se me ha colado una cucaracha en la cocina. Eso es porque tienes baja vibración. ¿Baja vibración?, pues como no me conecte a la plancha, lo demás lo tengo todo por las nubes (mi recibo de la luz da buena fe de ello).

Para tener una buena vibración lo primero y principal es creer en ti y tratar de borrar todos los programas infectados que te implantaron en esta vida. Después, que no te importe lo más mínimo si te tachan de insensata, negacionista, rebelde, ida, loca o pepinillos en vinagre. Tampoco te importe que tu vida comience a limpiarse a nivel material, emocional, incluso personal: mucha gente se irá de tu lado porque ya no vibran contigo; ni tú con ellos. Y esta bien, todo está bien, esa es otra de las cualidades de alta vibración, que todo te parece perfectamente perfecto. En fin, que no me extiendo más porque me voy a preparar unos caracoles en salsa, que a mucha gente le da pena hervirlos y ver cómo a los pobres les asoman los cuernecillos desesperados. A mí, me encanta ser yo, la soledad de los números primos y soltar el victimismo caracolero.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Volvemos a casa

     Ahora son las Pléyades las que nos guían. Las enanas marrones van delante, las blancas se entretienen contemplándose en los escaparates de la ciudad: "Tengo que ir a la peluquería, este rizo no se sostiene como debiera". Hay humanos por todas partes, algunos necesitan pilas nuevas y no lo saben.

    Entramos en un restaurante vacío. El camarero deja caer la bandeja mientras descuelga el labio inferior; un gesto muy terrícola que viene a decir: "Eh, ¿qué es esto?". Ocupamos la parte del fondo, junto a la cristalera. La mañana es poliédrica, la tarde no sabemos: siempre llega tarde.

    El cúmulo tiene unos 12 años luz de diámetro y contiene un total aproximado de 500 estrellas: no cabemos todos. El camarero, ya recuperado de su aparente estupidez, nos indica que va a juntar las mesas. Las arrastra y el sonido contamina el ambiente; los humanos son así de primitivos. Unos restregones con el trapo y la madera nos deslumbra.

    Nos distribuimos por orden de magnitud de brillo: Alcyone 2´87, Atlas 3´63, Electra 3´7, Maia 3´87, Merope 4´18, Taygete 4´3, Pleione 5´09, Celaeno 5´46, Tau 18 5´64, Asteropel 5´76, AsteropeII 6´43

    ¡Ahora sí!

        -¿Qué van a tomar?

          -El mando. -

        -¿Qué mando?

        -El que nos corresponde.

    El hombre nos regala una sonrisa ingenua. Sus dientes amarillos hacen juego con su corbata marrón. Electra nos guiña un ojo: los humanos no entienden de qué va esto. Mejor seguir el juego:

       -Ponga unas cervezas.

    Merope al mando: ¿Estamos todos?... No. Pues da lo mismo, a estas alturas yo no espero a nadie. ¡Volvemos a casa!

    (Y allí, en un rincón del bar, se quedan las mesas, las botellas de cerveza y un polvillo blanco suspendido en el aire. "¡Se fueron sin pagar!", piensa el camarero, mientras se rasca la nuca sin entender que todo es un juego).


sábado, 6 de noviembre de 2021

EL VENDEDOR DE HUMO

 

            Todos los años, por estas fechas, me encuentro con el vendedor de humo. Es la señal de que volvieron las bufandas, los chaquetones y las luces artificiales de la calle a las seis de la tarde. Para muchas personas, también es señal de que se acercan las fechas más señaladas del año, donde habrá que sacar de nuevo el árbol de bolas y guirnaldas, acondicionar la casa y preparar la lista de regalos para familiares y amigos. ¿No tienen la sensación de que nos movemos sobre una rueda repetitiva y monótona? Sí, ya sé que hay gente a la que las fiestas le dan un chute de energía, y menos mal que encuentran una motivación, aunque sea atiborrándose de dulces o gastando dinero de forma superflua. Yo no digo que esté mal, solo que habrá que preguntarse en qué momento nos volvimos autómatas enfocando siempre el mismo cliché.

 Lavoisier, padre de la química moderna, ya dijo que: «La materia (o energía) ni se crea ni se destruye, solo se transforma» y, para ello, necesitaría enfocar mis ojos desde otra perspectiva. ¡Ocurrió! En lugar de quedarme en la cola sin otro aliciente que esperar mi turno, me dediqué a observar la escena como si estuviera en el teatro. ¡Vaya! ¡Cómo cambia «el cuento»! La casita de madera se volvió de chocolate y la vestimenta de la chica que colocaba las ollas al fuego parecía goyesca. Incluso el vendedor, recordaba a los deshollinadores de Mary Poppins con su cara risueña teñida de carbón.  «Podrían inventar latas de castañas asadas y que solo hubiera que abrirlas y echarlas al paquete», dijo alguien. ¡Qué va, señora! Si la gracia está en las chimeneas sobre el asfalto, el tenderete prefabricado, la cola interminable, la chica despeinada, el atrapar castañas con el guante, apretarlas, lanzarlas al paquete… Y lo mejor de todo, los niños, capaces de transformar la monotonía con su curiosa visión del mundo: «Mamá, ¿ese hombre qué vende humo?».