sábado, 6 de noviembre de 2021

EL VENDEDOR DE HUMO

 

            Todos los años, por estas fechas, me encuentro con el vendedor de humo. Es la señal de que volvieron las bufandas, los chaquetones y las luces artificiales de la calle a las seis de la tarde. Para muchas personas, también es señal de que se acercan las fechas más señaladas del año, donde habrá que sacar de nuevo el árbol de bolas y guirnaldas, acondicionar la casa y preparar la lista de regalos para familiares y amigos. ¿No tienen la sensación de que nos movemos sobre una rueda repetitiva y monótona? Sí, ya sé que hay gente a la que las fiestas le dan un chute de energía, y menos mal que encuentran una motivación, aunque sea atiborrándose de dulces o gastando dinero de forma superflua. Yo no digo que esté mal, solo que habrá que preguntarse en qué momento nos volvimos autómatas enfocando siempre el mismo cliché.

 Lavoisier, padre de la química moderna, ya dijo que: «La materia (o energía) ni se crea ni se destruye, solo se transforma» y, para ello, necesitaría enfocar mis ojos desde otra perspectiva. ¡Ocurrió! En lugar de quedarme en la cola sin otro aliciente que esperar mi turno, me dediqué a observar la escena como si estuviera en el teatro. ¡Vaya! ¡Cómo cambia «el cuento»! La casita de madera se volvió de chocolate y la vestimenta de la chica que colocaba las ollas al fuego parecía goyesca. Incluso el vendedor, recordaba a los deshollinadores de Mary Poppins con su cara risueña teñida de carbón.  «Podrían inventar latas de castañas asadas y que solo hubiera que abrirlas y echarlas al paquete», dijo alguien. ¡Qué va, señora! Si la gracia está en las chimeneas sobre el asfalto, el tenderete prefabricado, la cola interminable, la chica despeinada, el atrapar castañas con el guante, apretarlas, lanzarlas al paquete… Y lo mejor de todo, los niños, capaces de transformar la monotonía con su curiosa visión del mundo: «Mamá, ¿ese hombre qué vende humo?».


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