Estoy con mi personaje. Lo voy a poner en su sitio.
Poner en su sitio al personaje es
decirle al «ego» que voy a dejar de alimentarlo. Alimentar al ego es
identificarme con el personaje. Y el personaje es ese que yo creo que soy sin
serlo (si hubiera nacido en Pekín, no me llamaría como me llamo, no viviría
donde vivo, no tendría las creencias que tengo, ni la familia que tengo…). Voy a leer de nuevo lo de no identificarme con
mi personaje, a ver si me queda claro de una vez.
Sí,
me queda claro: mi personaje no me deja ser yo. Y no me deja ser yo, porque
todo el rato me está machacando con lo que tengo que hacer para encajar en
sociedad, para que los amigos me acepten, para que los demás me respeten, para complacer
a la familia, caer bien y, sobre todo, para representar los papeles asignados (papel de hija, esposa, madre, amiga, abuela…).
Encima,
cuando me monto una película (por ejemplo que mi jefe me ignora) ya se encarga
el ego de que todo se confabule para que aparezcan señales que lo confirmen y se
proyecte fuera toda la película que me he montado dentro. El ego se siga
alimentando de mi victimismo, de mis miedos, inseguridades, del “pobre de mí”
de “mira el prepotente del otro”. Incluso me hará ver fantasmas donde no los hay.
¿Para qué?: “Chichita ´pal´ niño” (ahora lo comprendo).
¡Pues
ya está!
A
ver, personajillo, deja de hacer de madre con los hijos, que ya tienen su edad;
deja que los demás se equivoquen con sus decisiones, tú no lo has hecho mejor
con las tuyas; olvídate del pasado (que ya no existe); desenfócate del futuro
(que tampoco existe) y céntrate en lo que tienes delante, lo que ha llegado
a tu vida, lo que te aporta, el paraqué está ahí. ¡Disfruta!
Pero,
claro, si yo hago todo esto, me voy a sentir bien. Y si yo me siento bien, ¿qué
pasa? Que mi personaje deja de alimentarse. Y ese personaje va a luchar con
uñas y dientes para no perder ni un cacho de su poder. ¿Cómo lo hará? Pues lo
hará perfecto, me conoce mejor que yo; lleva toda la vida conmigo y yo metida en el
papel, me lo sé de memoria.
Un
ejemplo, esta mañana tenía una duda. Quería saber si una persona había hablado mal
de mí con otra. Y mi personaje se relamió de gusto (porque si no tengo dudas ni
miedos o inseguridades, él no tiene “chicha”). Así que enseguida se colocó en mi
cabeza y me dijo: «Tú llámala con una excusa, hazte la simpática, pregúntale
cómo le va todo, tráela a tu terreno y cuando la tengas a tiro, pregúntale eso
que necesitas saber, ya verás cómo se confirman tus sospechas».
Cogí
el teléfono y me puse a marcar. De pronto me dije: ¡¡¡¿Pero qué haces?!!! ¿Piensas seguir
alimentando al ego? ¿Vas a permitir que tu personaje continúe metiéndote y enredándote
en el juego del sufrimiento, la duda, la inseguridad, el miedo…? ¿A ti qué te
importa lo que se esté diciendo por ahí? Es más, si aquello sirve para entretener, pues ¡hala!, te lo regalo. “Antes
muerta que sencilla”.
Y
lo peor es que, si pienso algo negativo, aparecerán fuera todas las pruebas que
necesito para confirmar lo que llevo dentro: «¿Lo ves? Te lo dije. Ahí lo
tienes. Lo sabía »… ¿Pero qué sabía? Si lo he atraído yo dándole pistas al personaje
para que siga alimentando la película que me he montado.
Vale,
no me voy a deshacer de mi personaje, porque resulta imposible, pero dejaré
de identificarme con él. Ahora, las decisiones, las tomo yo.
«¡¿Entendido?!».
«¡Señor, sí señor!».
(¿Quién
dijo que había que hacer la mili para manejar el juego?).
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