Ahora, desde mi silla de escritorio, cuando vuelvo la mirada hacia
la ventana y veo la calle, la gente que transita adormecida de un lugar a otro,
los coches que suben y bajan por el tramo de carretera, la pequeña glorieta zen
con arbolito, arena con olas de tierra blanca, piedrecitas dispersas, peñascos
varios y floración circundante, ahora, cuando miro todo eso, no puedo por menos
que pensar si no se tratará de un escenario estratégicamente colocado ante nosotros
para que sigamos viviendo el sueño que algún Dios, arrogante y egocéntrico,
preparó en favor de su alimentación y deleite. ¿Y si fuera verdad que andamos
atrapados en un laberinto sin sentido del que nunca despertaremos? ¿Y si fuera
verdad que dentro de nosotros existe la clave y la llave divina con instrucciones
precisas para escapar de ahí? Trascender sería la única manera de
descubrir esto, observar el laberinto, memorizar la senda y vislumbrar la
salida. Algo germina en mi interior, desintegra el miedo y me dice: ¡Adelante!
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