10.- El sueño del reloj
Aquellas navidades, nuestro
viejo lagarto se encontró con un montón de sorpresas que no esperaba; como ese
amigo de la infancia convertido en fantasma o el caso del reloj que ahora
descansaba en su cama. Y para colmo, delante de su casa apareció un muñeco de
nieve que desprendía colores y guiñaba un oj-.
Baldobino se acercó al reloj
que descansaba sobre su cama y le comentó bajito: —No te apures, yo cuidaré de
ti. —Y se puso a deshacer la maleta que traía del viaje a Lentejilla. El
tablero y las fichas de ajedrez volvieron al mueble y el trofeo de fútbol a la
última balda de la estantería del salón. El resto de sus cosas también ocuparon
su sitio. ¿Y la bufanda…? ¿Qué
había sido de la bufanda que Baldobino compró para regalar el anfitrión?…
Sin duda, ya que la bufanda
se había quedado sin dueño, lo mejor sería buscarle un nuevo destinatario. Abrió
la puerta y se la colocó al muñeco de nieve que había fabricado Lucrecia
delante de su casa.
—Muchas gracias
—escuchó decir.
Y como Baldobino ya creía en
la magia, contestó: «De nada».
Ahora lo importante era el
reloj. En el hospital aconsejaron que no le retirara la venda hasta pasados dos
días. Mientras tanto, nuestro viejo lagarto colocó un sillón y una mesa junto a
la cama donde descansaba el reloj, abrió una botellita de vino llamado: Cueva de la espera y
se echó una copita para brindar por el deseo que pronto le concedería el
fantasma de su amigo Fredo y que no era otro que la pronta recuperación de su
amigo el reloj. Ya veis, Baldobino renunció al dinero, a volver a ser joven y a
todas aquellas cosas materiales que podía haber conseguido, con tal de recuperar a su amigo el reloj. Tener
un amigo es el mejor regalo que nos puede brindar la vida. Claro que ha de ser
un amigo, amigo, de esos que sabes que te van a defender si hablan mal de ti
sin que estés delante, y de los que incluso compartirían contigo su piruleta,
su refresco o las palomitas en el cine. También es un buen amigo el que pide un
deseo para ti, cuando podría pedirlo para él,
Después de
tomar su vinito, Baldobino se fue a uno de los cajones de la cómoda y sacó una
llave pequeña con la que se dirigió al mueble del salón: había llegado el
momento de desempolvar los tesoros que heredó de su padre, el Gran lagarto, y
que no eran otros que un montón de libros. ¡Qué bien! Parece que Baldobino está
a punto de aficionarse a la lectura. Esto no hay quien se lo pierda...
Así, sin buscar mucho, el
viejo lagarto eligió un libro al azar.
—¡Mmmm!, este parece
interesante —se dijo. ¡Claro que lo era! Sin duda. Se trataba, nada más y nada
menos, que de uno de los mejores libros del fantástico escritor Julio Verne, el
titulado: Veinte mil leguas de viaje submarino,
con el capitán Nemo, el
submarino Nautilus y todos los monstruos marinos que
escondía la historia.
Baldobino, con su libro
recién descubierto, tomó asiento junto al reloj y comenzó a leer en voz alta
mientras esperaba a que llegara el milagro de la recuperación.
«¿Por qué los deseos tardarán tanto
en cumplirse?».
Los vecinos, que ya se
habían enterado de que Baldobino estaba de vuelta, se acercaron a visitarlo
para que les contara qué tal fue su aventura en Lentejilla. Y cuando nuestro
lagarto les relató lo ocurrido, ni se podían creer todo lo que el pobre
Baldobino había tenido que soportar en aquella estación. Le dieron ánimos y se
ofrecieron para lo que él y su amigo el reloj necesitaran.
—Muchas, gracias. Muchas gracias... —decía
Baldobino con lágrimas en los ojos. Unas lágrimas que, por primera vez, no eran
de soledad sino de emoción y agradecimiento. Para evitar que le tomaran por
loco, lo que hizo Baldobino fue abstenerse de comentar nada sobre el fantasma Sigifredo; su croa-secreto.
—Vaya, Baldobino, lo mal que
lo habrá pasado —dijo Rogelio, el camaleón con flequillo blanco y bigote—.
Vendremos a visitarte de vez en cuando.
Baldobino dio las gracias y
acompañó a sus vecinos y vecinas hasta la puerta.
La verdad es que todo cambia
cuando perdemos el mal humor y nos abrimos a los demás. Ahora Baldobino se
sentía acompañado y eso representaba un lujo para él. Y todo porque aquel día se
acercó al bar, decidió comentar con los vecinos sus cosillas y fue amable, en
vez de pasarse el día gruñendo y amenazando a los pequeñines del barrio.
Una vez que todo quedó en
silencio, Baldobino tomó asiento junto a la cama donde descansaba el reloj y, a
pesar de que este seguía sin hacer nada, prosiguió con la lectura para que su
amigo escuchara las historias escondidas en aquellos libros fantásticos que
guardaba en casa.
Continuará...
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