jueves, 19 de diciembre de 2024

4.- BALDOBINO Y LA CARTA MISTERIOSA

 4.- Esperando al anfitrión

 


          La estación de Lentejilla recordaba a uno de esos lugares fantasmas de las películas de miedo, donde el viento mueve las bolas de rastrojos secos y todo parece deshabitado y gris. Al fondo, bajo el tejadillo, junto a la papelera rota, descubrió Baldobino un banco de hierro para sentarse. «Si al menos hubiera una cafetería cerca, tomaría un zumo de tréboles».

Pasadas las seis y media, nuestro lagarto, desesperado, se dio una vueltita por el andén. Detrás de una columna, en un extremo de la puerta de salida, había una máquina de bebidas y aperitivos un tanto desconchada. ¡Bah! ya ni siquiera le apetecía tomar nada. Lo único que quería Baldobino era saber por qué se retrasaban tanto en recogerlo.

Como no había nadie a quien quejarse de la falta de puntualidad de los demás, Baldobino se puso a silbar. Silbar relaja mientras esperas; claro que, si te pasas veinte minutos silbando, es que algo no marcha bien.

“¡Hojops!” …  “¡hojops!”...  “¡hojops!”, se escuchó de pronto.

¿Quién ha tosido? —preguntó Baldobino. Nadie contestó.

Al rato, por una de las esquinas, apareció Huga, la oruga encargada de la limpieza. Llevaba puesto su traje de faena verde ´fosfi´ y un gorrito a juego que la resguardaba del frío. En su carro traía el cepillo de barrer, el recogedor, la fregona, el cubo, botes, trapos y todo lo necesario para su trabajo de limpiadora. Baldobino se mantuvo quietecito y silencioso, por eso Huga se llevó un gran susto al descubrirlo.

¡Ay!, recórcholis, ¿se puede saber qué hace usted ahí con este frío?

Baldobino se levantó del banco, saludó a la oruga y preguntó: —¿Por casualidad no habrá visto usted a alguien con cara de estar esperando a un lagarto como yo?

¿Cómo dice?... preguntó Huga extrañada.

Nada, nada. Disculpe.

Oiga, señor lagarto  dijo ella—, vaya usted con ojo que, después de las siete, ya no circula ningún tren. Es Nochebuena, ¿recuerda?

Sí, sí. No se preocupe, vendrán a recogerme enseguida. Felices Fiestas.

¡Hmm! dijo Huga, y siguió con su faena. Baldobino, entretanto, la observó hacer su trabajo hasta que esta abandonó el andén.

¡Las siete!

Nada por aquí, nada por allá.

Cuando esos sitios se llenan de viajeros, y los trenes circulan sin parar, las estaciones son muy divertidas. En cambio, así de solitarias y con ese frío, resultan de lo más triste.

¿Y si no viniera nadie a recogerme?... ¿Y si me hubieran gastado una broma?... ¿Y si todo fuera mentira y lo único que pretendían era burlarse de mí?... Tengo vecinos de los que no te puedes fiar, pensó Baldobino, y se le encresparon las cejas.

Desde luego, si, como él imaginaba, aquello había sido un juego, una burla, un engaño, algo con lo que divertirse a costa de un pobre lagarto como él, la verdad es que no tenía ninguna gracia. ¡Incluso no estaría nada bien!

¡Ay!, qué tonto he sido. Sniff, sniff… Baldobino hizo pucheros para terminar con un sonoro llanto desesperado y amargo.

Buaaaaa...     Buaaaaa...     Buaaaaddd... 

Oiga, con llorar no se arregla nada  escuchó decir.

¿Eh...? ¿Quién ha dicho eso? preguntó Baldobino intrigado.

Se levantó del banco, se limpió los ojos en la manga y miró a su alrededor sin ver a nadie: ¿Me estaré volviendo loco? ¿Tendré fiebre? Se tocó la frente.

¡Eoooooooo! Aquí... Mire arriba... Estoy aquí, arriba...

Baldobino estiró el cuello y buscó allí donde le indicaba la voz y lo único que encontró fue el tejado de chapa que protegía el andén, del que colgaba un largo flequillo de nieve.

—¡Ay! Oigo voces. Mi cabeza está congelada y me estoy muriendo, seguro que me estoy muriendo se lamentó Baldobino.

No sea tan exagerado, que yo paso todo el invierno aquí y no me quejo de nada volvió a escuchar. Baldobino. Entonces, levantó de nuevo los ojos y descubrió de dónde venía la voz que se comunicaba con él en aquella estación.


Continuará...


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