4.- Esperando al anfitrión
Pasadas las seis y media, nuestro
lagarto, desesperado, se dio una vueltita por el andén. Detrás de una columna,
en un extremo de la puerta de salida, había una máquina de bebidas y aperitivos
un tanto desconchada. ¡Bah! ya ni siquiera le apetecía tomar nada. Lo único que
quería Baldobino era saber por qué se retrasaban tanto en recogerlo.
Como no había nadie a quien
quejarse de la falta de puntualidad de los demás, Baldobino se puso a silbar.
Silbar relaja mientras esperas; claro que, si te pasas veinte minutos silbando,
es que algo no marcha bien.
“¡Hojops!” … “¡hojops!”... “¡hojops!”,
se escuchó de pronto.
—¿Quién ha tosido? —preguntó Baldobino. Nadie
contestó.
Al rato, por una de las
esquinas, apareció Huga, la oruga encargada de la
limpieza. Llevaba puesto su traje de faena verde ´fosfi´ y un gorrito a juego que la
resguardaba del frío. En su carro traía el cepillo de barrer, el recogedor, la
fregona, el cubo, botes, trapos y todo lo necesario para su trabajo de
limpiadora. Baldobino se mantuvo quietecito y silencioso, por eso Huga se llevó
un gran susto al descubrirlo.
—¡Ay!, recórcholis, ¿se
puede saber qué hace usted ahí con este frío?
Baldobino se levantó del
banco, saludó a la oruga y preguntó: —¿Por
casualidad no habrá visto usted a alguien con cara de estar esperando a un
lagarto como yo?
—¿Cómo dice?... —preguntó Huga extrañada.
—Nada, nada. Disculpe.
—Oiga, señor lagarto —dijo
ella—, vaya usted con
ojo que, después de las siete, ya no circula ningún tren. Es Nochebuena,
¿recuerda?
—Sí, sí. No se preocupe, vendrán a recogerme
enseguida. Felices Fiestas.
—¡Hmm! —dijo
Huga, y siguió con su faena. Baldobino, entretanto, la observó hacer su trabajo
hasta que esta abandonó el andén.
¡Las siete!
Nada por aquí, nada por
allá.
Cuando esos sitios se llenan
de viajeros, y los trenes circulan sin parar, las estaciones son muy
divertidas. En cambio, así de solitarias y con ese frío, resultan de lo más
triste.
—¿Y si no viniera nadie a recogerme?...
¿Y si me hubieran gastado una broma?... ¿Y si todo fuera mentira y lo único que
pretendían era burlarse de mí?... Tengo vecinos de los que no te puedes fiar, pensó
Baldobino, y se le encresparon las cejas.
Desde luego, si, como él
imaginaba, aquello había sido un juego, una burla, un engaño, algo con lo que
divertirse a costa de un pobre lagarto como él, la verdad es que no tenía
ninguna gracia. ¡Incluso no estaría nada bien!
—¡Ay!, qué tonto he sido. Sniff,
sniff… —Baldobino hizo pucheros para terminar
con un sonoro llanto desesperado y amargo.
Buaaaaa... Buaaaaa... Buaaaaddd...
—Oiga, con llorar no se arregla nada —escuchó
decir.
—¿Eh...? ¿Quién ha dicho eso? —preguntó Baldobino intrigado.
Se levantó del banco, se
limpió los ojos en la manga y miró a su alrededor sin ver a nadie: —¿Me estaré volviendo loco? ¿Tendré
fiebre? —Se tocó la frente.
—¡Eoooooooo! Aquí...
Mire arriba... Estoy aquí, arriba...
Baldobino estiró el cuello y
buscó allí donde le indicaba la voz y lo único que encontró fue el tejado de
chapa que protegía el andén, del que colgaba un largo flequillo de nieve.
—¡Ay! Oigo voces. Mi cabeza
está congelada y me estoy muriendo, seguro que me estoy muriendo —se lamentó Baldobino.
—No sea tan exagerado, que yo paso todo el invierno aquí y no me quejo de nada —volvió a escuchar. Baldobino. Entonces, levantó de nuevo los ojos y descubrió de dónde venía la voz que se comunicaba con él en aquella estación.
Continuará...
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