martes, 17 de diciembre de 2024

1.- BALDOBINO Y LA CARTA MISTERIOSA

 1.- ¿Quién anda ahí?


 

El lagarto Baldobino odiaba las navidades. Odiaba quedarse en casa, tener que reparar la caldera y aguantar que las pequeñas salamandras, tortugas, dragonas y demás crías del barrio lanzaran pelotas de nieve a su ventana.

—¡Eh!, Baldobino, sal a jugar con nosotros. —¡Plof! ¡Plof!, y las bolas de hielo se estamparon contra los cristales.

Baldobino, entonces, se colocó su batín de lana gorda, abrió la puerta de casa y gruñó: —¡Os voy a meter en una olla de agua hirviendo! —Claro que no pensaba hacerlo, solo lo decía por asustar.

—¡Aaa-chisss! ¡Achisss! ¡Achisss! —estornudó Baldobino.

Nuestro lagarto gruñón rondaba los 20 años, que en el mundo de los lagartos es como ser muy viejo. Tenía los ojos saltones y una mandíbula a la que apenas le quedaban dientes. Su piel, reluciente y cubierta de sólidas escamas en otro tiempo, ahora se veía reseca y deslucida. Además, Baldobino era terco, cabezón, testarudo y todas esas palabras con las que podemos calificar a alguien que no piensa nada más que en conseguir todo aquello que se le mete en la cabeza, como vivir en una casa donde las tuberías se atrancan y donde las humedades se instalaban por los rincones.

Así, de un lado a otro, aburrido y sin nada en lo que emplear el tiempo, Baldobino pasó la tarde. Llegó la noche y se apagaron las luces del barrio.

¡Zzzz! ¡ZZZzzz! ¡zz! ¡Zzzz! ¡ZZZz!

De pronto escuchó un ruido extraño:

“Grss, grss, grrrrs”.

¿Quién anda ahí? —preguntó Baldobino con voz de ogro.

Agarró un palo, lo levantó en el aire y se dirigió a la cocina.

¿Será un ladrón?... No, no, las ventanas están cerradas y la puerta con llave.

Plin, plon, plin, plon… Avanzó nuestro viejo lagarto por el pasillo.

¿Será un fantasma? ¡Ufff!, no tengo nada con lo que deshacerme de los fantasmas… ¿Será una araña?... ¿Un ratón?... ¿Tal vez un elefante?... ¿Un escarabajo? ¿Un león?...   ¡Ay! ¡Mamitaaaaaaa! Cerró los ojos y ¡plaf!” prendió la luz de la cocina de golpe. El corazón le latía con fuerza y las garras se le encogieron del susto.

Vaya, solo era una tabla  que se desprendía del techo de la cocina.

¡Muaaaaaaaa! Todo me sale mal. ¡Que alguien me ayude!, por favor… ¡Muaaa! se quejaba Baldobino.

Y lloró.

Y lloró.

Y lloró tanto, que terminó por quedarse dormido mientras las lágrimas se colaban por un agujerito que encontraron debajo de la cama.

¡Plof!

¡Plof!

¡Plof!

 

Al día siguiente, algo inesperado y extraño embarcaría a Baldobino en una sorprendente aventura.

Continuará...


No hay comentarios:

Publicar un comentario