1.- ¿Quién anda ahí?
El lagarto Baldobino odiaba las
navidades. Odiaba quedarse en casa, tener que reparar la caldera y aguantar que
las pequeñas salamandras, tortugas, dragonas y demás crías del barrio lanzaran
pelotas de nieve a su ventana.
—¡Eh!, Baldobino, sal a
jugar con nosotros. —“¡Plof!
¡Plof!”, y las bolas de
hielo se estamparon contra los cristales.
Baldobino, entonces, se
colocó su batín de lana gorda, abrió la puerta de casa y gruñó: —¡Os voy a meter
en una olla de agua hirviendo! —Claro que
no pensaba hacerlo, solo lo decía por asustar.
—¡Aaa-chisss! ¡Achisss! ¡Achisss! —estornudó Baldobino.
Nuestro lagarto gruñón
rondaba los 20 años, que en el mundo de los lagartos es como ser muy viejo.
Tenía los ojos saltones y una mandíbula a la que apenas le quedaban dientes. Su piel, reluciente y cubierta de sólidas escamas en otro
tiempo, ahora se veía reseca y deslucida. Además, Baldobino era terco,
cabezón, testarudo y todas esas palabras con las que podemos calificar a
alguien que no piensa nada más que en conseguir todo aquello que se le mete en
la cabeza, como vivir en una casa donde las tuberías se atrancan y donde las
humedades se instalaban por los rincones.
Así, de un lado a otro,
aburrido y sin nada en lo que emplear el tiempo, Baldobino pasó la tarde. Llegó
la noche y se apagaron las luces del barrio.
¡Zzzz! ¡ZZZzzz! ¡zz! ¡Zzzz!
¡ZZZz!
De pronto escuchó un ruido
extraño:
“Grss, grss, grrrrs”.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Baldobino con
voz de ogro.
Agarró un palo, lo levantó
en el aire y se dirigió a la cocina.
—¿Será un ladrón?... No, no, las ventanas
están cerradas y la puerta con llave.
Plin, plon, plin, plon… Avanzó nuestro viejo lagarto por el
pasillo.
—¿Será un fantasma? ¡Ufff!, no tengo nada
con lo que deshacerme de los fantasmas… ¿Será una araña?... ¿Un ratón?... ¿Tal
vez un elefante?... ¿Un escarabajo? ¿Un león?... ¡Ay! ¡Mamitaaaaaaa! —Cerró los ojos y “¡plaf!” prendió la luz de la cocina
de golpe. El corazón le latía con fuerza y las garras se le encogieron del
susto.
Vaya, solo era una tabla que se desprendía del techo de la cocina.
—¡Muaaaaaaaa! Todo me
sale mal. ¡Que alguien me ayude!, por favor… ¡Muaaa! —se
quejaba Baldobino.
Y lloró.
Y lloró.
Y lloró tanto, que terminó
por quedarse dormido mientras las lágrimas se colaban por un agujerito que
encontraron debajo de la cama.
¡Plof!
¡Plof!
¡Plof!
Al día siguiente, algo
inesperado y extraño embarcaría a Baldobino en una sorprendente aventura.
Continuará...
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