3.- El viaje
Al día siguiente, después de
comer, Baldobino sacó la basura al contenedor y se dispuso a repasar la maleta
que había preparado unas horas antes. Veamos: una muda interior, dos toallas,
la bolsa de aseo, un jersey, un pantalón, calcetines, dos pañuelos, el jarabe
de amapola para la tos, las pastillas de rúcula para la circulación, el tablero
de ajedrez con las fichas y el trofeo de fútbol que ganó en el colegio cuando
era pequeño. ¡Todo listo!
Agarró la maleta y, antes de
cerrar la puerta, echó una miradita al interior de la casa y se alegró de que,
a su vuelta, lo encontraría todo limpio y en su sitio; además, por primera vez,
pasaría la Nochebuena fuera de aquellas cuatro paredes frías y solitarias.
En la estación, lo primero
que hizo Baldobino fue dirigirse a la vía de acceso: en cuanto abrieran paso,
allí estaría él; el pri-me-rito.
Viajar en tren es divertido,
puedes observar el paisaje, soñar y dejar que el pensamiento te lleve a
cualquier parte.
Una vez acomodado en su
asiento, el tren se puso en marcha. Al rato, cuando la máquina se abrió paso
fuera de los límites de la ciudad, Baldobino se entretuvo en comprobar cómo la
nieve cubría buena parte de los campos y cómo las montañas, a lo lejos,
parecían gigantes serios y aburridos. Así, con una sonrisa nueva, Baldobino se
dejó acunar en los bracitos del tren hasta que se quedó dormido.
«…Chaca, chaca - ¡Pi! ¡Pi! - Chaca, chaca...».
Después de un rato, algo lo
despertó:
—¿Revistas?... ¿Perfumes?...
¿Chocolatinas?...
Se trataba de una iguana con
corbata que empujaba un carrito.
—¿Me puede decir cuánto
falta para llegar a Lentejilla? —preguntó Baldobino al empleado.
El chico-iguana consultó su reloj y dijo: —Exactamente queda una hora, cuatro
minutos y treinta segundos…, veintinueve…, veintiocho…, veintisiete…
—Vale, vale. Muchas gracias
—contestó Baldobino, y se volvió a dormir.
A eso de las seis, se
escuchó el altavoz del tren:
«Próxima estación: Lentejilla. No olviden su equipaje. Gracias por viajar con nosotros y felices fiestas».
Enseguida Baldobino tomó su
maleta, se abrochó el chaquetón hasta el cuello y miró a través de los
cristales de las ventanillas por si descubría a la persona misteriosa y extraña
que le esperaría en el andén. Qué raro, allí no había nadie. Incluso, el único
pasajero que bajó en aquel lugar tan desamparado y solitario fue él. «¿Esto es
Lentejilla?..., pues vaya sitio feo», pensó Baldobino, mientras colocaba su
maleta en el suelo.
Tras unos minutos, el tren
retomó la marcha.
«¡Pí, pí! ¡Chaca, chaca! ¡Pi, pí! ¡Chaca, chaca!¡Pi, pí! ¡Chaca, chaca! ….».
Y Baldobino observó cómo
aquella máquina, compuesta de vagones, arrastrados por una locomotora y que
circulaba sobre raíles, se alejaba hasta convertirse en un punto diminuto y
oscuro que desapareció en el horizonte.
Continuará...
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